En Drácula también asistimos a una elaboración muy importante de esta figura vampírica femenina. Drácula tiene en su castillo bajo su dominio a un grupo de tres vampiras que son sus esclavas y consortes, las cuales poseen características icónicas (facciones duras y crueles, sensualidad desbordante, labios muy rojos y voluptuosos, penetrantes ojos oscuros, belleza exótica). Cuando Drácula ha convertido a Lucy Westerna en una vampira, ella se vuelve físicamente aún más bella y deja la dulzura que la caracterizaba para volverse impúdica. Con su nueva personalidad tremendamente erótica, secuestra niños de un parque para alimentarse y pretende atacar a los que fueron sus amigos en vida. Es tan poderoso el efecto de las mujeres vampiro sobre los hombres en esta novela que incluso cuando el Dr. Van Helsin debe dar muerte a las tres consortes de Drácula se siente conmovido por su belleza diabólica:

Sí, me sentí conmovido –yo, Van Helsing, a pesar de mi firme propósito y de todos mis motivos para odiarla–, tan conmovido que me vino un deseo irresistible de demorar mi plan, que parecía paralizar mis facultades y entorpecer mi alma. […] Tras arrancar las tapas de varios sepulcros, encontré a otra de las hermanas, la otra morena. No me atreví a detenerme a mirarla, como hice con su hermana, temiendo ser cautivado una vez más; sino que seguí buscando hasta que al poco rato encontré en un magnífico sepulcro, que parecía hecho para algún ser querido, a la hermana rubia […] Era

tan rubia, tan radiantemente hermosa, tan exquisitamente voluptuosa, que el mismo instinto masculino que hay en mí, y que reclama a los de mi sexo a amar y a proteger a los suyos.[1]

            Este tipo de villanas en su conjunto se corresponde con el prototipo de la femme fatale y la belle dame sans merci[2] (bella dama sin piedad) una figura femenina terrible, que Mario Praz rastrea desde Lilith, la primera mujer de Adán convertida en un ser nocturno que para algunos autores se habría vuelto una vampira. El crítico italiano afirma que desde la primera parte del romanticismo hasta más o menos la mitad del siglo XIX hay en la literatura bastantes mujeres que encarnan este tipo. Según su investigación, en la seducción que ejerce este tipo de fémina “el enamorado es habitualmente un jovencito, y mantiene una actitud pasiva, es oscuro e inferior, por condición o exuberancia física, a la mujer, que está frente a él en la misma relación que la araña hembra o la mantis religiosa frente al macho: el canibalismo sexual es aquí monopolio de la mujer.[3] Para Praz la mujer fatal es un arquetipo que reúne todas las seducciones, todos los vicios y todas las voluptuosidades.[4] A este respecto, el autor recuerda a la Clarimonde de Gautier, mujer de movimientos animales o felinos, una figura camaleónica, “inquietante, cambiante, a cada momento diferente de sí misma” que tiene la capacidad de convertirse en el tipo de mujer que su víctima desearía, adoptando su aspecto y carácter.[5] En el estudio de Praz sobre estas cuestiones, La carne, la muerte y el diablo en la literatura romántica (1930), se identifica a estas mujeres fatales y vampiras con lo que él llama “belleza medusea”,[6] un concepto que utiliza para englobar al dolor, la corrupción y la muerte como elementos caracterizadores de una estética cara a los románticos, un tipo de belleza que adquiere relieve precisamente por aquello que parece contradecirla;[7] y que se cultivó como moda en el siglo XIX.[8] Praz afirma que para los románticos, el horror como fuente de deleite y belleza, en lugar de convertirse en una categoría de lo bello, se trasformó en uno de los componentes constitutivos de su ideal de belleza:[9] incluso recuerda que fueron los mismos románticos los primeros en disertar teóricamente acerca de ello.[10] Por ejemplo, para Poe la mujer es un tema poético sobre todo si está estrechamente ligada a la muerte (como el en caso de la vampira): para él una mujer hermosa y muerta es el tema más poético del mundo.[11]            Finalmente, según Golrokh Eetessam Párraga es posible que la vampira como femme fatal tenga ciertas correspondencias con la imaginería de la bruja, sobre todo en lo que respecta a sus poderes supernaturales, producto de una probable influencia recíproca dada a través de los tiempos.


[1] Citado en: Bonachera García, A. I. (2013): Op. cit., p. 7         

[2] Originalmente este es el título de un poema cortesano de Alain Chartier. Luego Keats usará mismo el título para crear en 1891 un poema sobre una mujer fatal, el cual presenta un tema sobrenatural y resalta los conceptos de belleza, emoción, sensualidad y ausencia de razón. Trata sobre un caballero que encuentra a una bella dama, quien le permite ser objeto de su deseo, teniendo esto consecuencias desastrosas para él que queda atrapado en sus artimañas. La bella termina arrullándolo hasta que el caballero cae en un sueño del que despertará para ver que la dama se ha ido para siempre. Cfr.: Sánchez-Verdejo Pérez, F. J. (2011): Op. cit., p. 853-855

[3] Praz, Mario (1999): Op cit., p.380 y 381

[4] Ibídem, p. 392

[5] Ibídem, p. 399 y 400

[6] La referencia remite a Medusa, la Gorgona de la mitología griega, monstruo femenino con cabellos de serpiente que convertía en piedra a aquellos que la miraban fijamente a los ojos.

[7] Ibídem, p. 68

[8] Ibídem, p. 21. Praz explica que el periodo de mayor virulencia de esta moda probablemente coincida con una crisis religiosa en Occidente, pero aclara que dicha crisis no explicaría su naturaleza, sino sólo su intensidad.

[9] Ibídem, p. 69

[10] Ibídem, p. 81

[11] Eetessam Párraga, G. (2014): Op. cit., p. 85