Sus ojos son poliédricos. En ellos –cristales geométricamente quebrados– se multiplica la inmundicia. Sus ojos son poliédricos para reconocernos mejor.
Su trompa se prolonga para succionar la pureza de la pudrición. Sus extremidades son llanamente responsables del exterminio histórico y sostenido de los hombres: cangrenas, diarreas y cóleras sin curación.
Sus alas se abren para volar a un lugar cada vez más asqueroso. Serafín del mal, lleva la muerte a donde va: la misma que la nutre y mantiene.
Y, ay, el que la observa siente una fascinación por esos ojos enormes que lo miran a uno desde una conciencia de clase inabordable.