Desde que estábamos en su interior,
nos comunicó sus temores, su paz, sus ansiedades.
Nacimos como un cuajarón
que se desprende de un cuerpo amoratado:
y por esa alegría efímera respiramos junto a ella
una atmósfera extraña, que se supone nos gustaría.

Caminamos de su mano, caprichosos,
reclamando una atención inmerecida.
Y recibimos la lección atroz
en el momento oportuno.

Nos atendió en los catarros
con una sopa cálida como sus brazos,
en los que alguna vez te acurrucaste
para protegerte de los truenos del mundo.

Recibiste su beso puntual.
Y cosió tu ropa para el festival escolar
en el que desfilarías para ella.
Conociste su resistencia a la pobreza,
su ternura lastimada.

Solo creciste al separarte de ella.
Y la visitas ahora, amándola más que nunca.
Ya su pelo encanece; y su regazo es cada vez más hondo.

La madre tiene una herida en el corazón por cada hijo.

Presiente cuando uno de ellos puede morir antes que ella.