A pesar de todo tuvimos una vida ordenada:
tú te encargabas del dinero;
yo sacaba la basura,
alimentaba al gato
y sacaba al balcón los zapatos.

Teníamos suficiente espacio en la alcoba
y sabíamos los nombres de los vecinos
y teníamos suficientes cucharas.

A pesar de todo nos divertimos:
yo manejaba el coche
y tú cantabas.

Y de acuerdo a sus características,
nuestros días eran los de siempre
o aquellos en que podíamos mantenernos limpios.