Así como de un huevo cerrado y podrido se ignora su fetidez, 
así se ignora la corrupción del corazón humano:
sólo sabe hacer la guerra, el exterminio…
Sólo sabe pasar por las florestas
si es arrasándolas.

Dormimos con leones.
Y en el templo del odio sacrificamos la vida por quimeras,
algo menos aún que la ceniza.
Nos vendemos sin regatear al homicida:
carne y tuétanos tienen finalmente un valor igual a nada.

Y, como piedras en los bolsillos de un ahogado,
cada acto nuestro nos inclina hacia el suelo,
junto a las deyecciones.