Aquí estás, como un reclamo.
Las sábanas mueven lentitudes simuladas,
migajas de cordialidad sobre los restos de la conversación.
Crepita, desfallece monótona
la perfidia de tenernos
sólo para encontrarnos en un abrazo en la opacidad.

Cuadros desolados, espejos distantes,
atestiguan el rito y los sacrilegios:
tus manos sobre mi pecho,
excavando en la tierra de un cementerio,
desean encontrarme,
sacudir mi cuerpo, por salvarlo.
En ese lugar, el césped es bien recortado, pero enfermizo.
Las osamentas lucen sortijas de plata.

La fe es sombra descosiéndose.
Se apagó el último brillo de los trajes en el armario,
acartonados ahora como soles de invierno.
Casi una catatonia.

Ni muebles, ni baldosas confían más.
Es la hora de desnudarnos,
absolver los lentes, y depositar los secretos
en las arcas de la noche,
para mantenerlos desconocidos de los vecinos.