En la luz constante del deseo me muevo
en antorchas trasfiguradas y límpidas.
Su pulcritud, igual a un amor vivo que palpita,
tiembla bajo la mano de un soplo de redenciones.
Lo mismo en la vigilia que en el sueño,
estoy más que siempre a la espera de la espuma,
de un vuelco de ánforas y goteras de sangre
sobre mi promesa amanecida.
Y a la orilla de un beso.