“La máscara del dios vampiro” es un cuento de Mauricio Molina publicado en su libro de cuentos La trama secreta (2012).[1] [2] En él podemos decir que se continúa la estirpe byroniana del vampiro, al menos en sus aspectos exteriores; del mismo modo que se le describe a éste en términos clásicos: “Alto, muy algo, desgarbado, pálido, de nariz y orejas muy grandes”.[3] A pesar de todo, se insiste en que el personaje es “todo menos un cliché: había algo en él de concreto y fuerte, de presencia rotunda muy distinta a la de esos seres fantasmales con los que se identifica a los seres de la noche. Era más un rozagante empresario centroeuropeo”;[4] y es que el personaje vampírico aquí es un anticuario o coleccionista de arte, quien recibe el mote de “Maestro” por parte de su empleado de confianza, que es el narrador de la historia.
Resulta luego que ese vampiro es nada más y nada menos que el conde Drácula. Sólo que Drácula, a quien se le nombra en este cuento Tepes, no es precisamente el Drácula de la novela de Stoker, ni es inmortal, pero sí es un ser muy longevo que ha vivido ya más de quinientos años. Ni los crucifijos ni el ajo le hacen el menor daño; y es en verdad extremadamente sano; prefiere el trato diurno y le gusta la buena comida y el buen vino.[5] Sus gustos son muy refinados (gusta del cine, la fotografía y la literatura) y estos se expresan en sus colecciones de arte; ama la poesía francesa del siglo XIX (incluso se procuró la amistad de Arthur Rimbaud y Gérard de Nerval) y el romanticismo alemán.[6] En cuanto a su psicología, es caprichoso, al grado de que, al odiar la pintura, compra cuadros muy caros sólo para destruirlos.[7]
Al revelarle el secreto de su identidad, el empleado de Drácula le pide que le trasmita el vampirismo. Drácula no quiere hacerlo, pero lo hace partícipe de un plan: robar una máscara mágica, originaria del periodo prehispánico mexicano, que posee el don de la inmortalidad para que Drácula tenga la eternidad que desea, y a cambio le manda a una vampira como colaboradora para robo de la máscara, y es ella quien le trasmite el vampirismo y con ella vive un romance.
De los vampiros se dice que son una raza especial de seres humanos, casi todos muy longevos, que fungían en el Neolítico como chamanes, siendo los responsables de la propagación de antigua mitología universal del vampiro. Se dice que, por ejemplo, los antiguos sacerdotes mesoamericanos desollaban en carne viva a un vampiro, vestían sus pieles y absorbían así la sangre durante horas, a veces días; razón por la que había muy pocos vampiros en el México antiguo, pues eran las víctimas predilectas de los rituales.[8] Los vampiros terminaron despareciendo del mundo por muerte, “cansancio” y “olvido”.[9]
La
trasmisión del vampirismo, que en este cuento se llama “Mal sagrado”, no se da
de una manera típica, pues se dice que es un cliché “totalmente falso” que un
vampiro infecte a un ser humano sólo con morderlo y alimentarse de su sangre. Para que un vampiro logre convertir a otro es
necesario “el contacto prolongado (…), la continua frecuentación de la sangre
del otro”.[10]
La vampira que Tepes envía para convertir en vampiro a su empleado le trasmite
a éste el vampirismo por vía sexual: la narración relaciona el sexo continuo
con esa interacción necesaria.[11]
[1] Molina, Mauricio (2012): La trama secreta. Ficciones, 1999-2011. FCE: México, pp. 119-129
[2] Antes había sido publicado en: Molina, Mauricio (2006): “La máscara del Dios vampiro” [en línea] en Revista de la Universidad de México No. 31. Universidad Autónoma de México: México, pp.32-36. Disponible en: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/ojs_rum/index.php/rum/article/view/2710/3948
[consultado el 12 de agosto de 2016]
. Esta es la fuente a la que hemos acudido.
[3]Molina M. (2006): Op. cit., p. 32
[4] Ibídem, p. 32 y 33
[5] Ibídem, p. 33
[6] Ibídem, p. 34
[7] Ídem
[8] Ibídem, p. 35
[9] Ibídem, p. 34
[10] Ibídem, p. 35
[11] Ibídem, p. 36