El sapo es el corazón de la noche húmeda, el palpitar del peligro en el pantano, oscuro reloj que cuenta ávidamente los segundos que faltan para que no amanezca.

Especie maldita, su carne está envenenada; su piel supura una leche que nos causa verrugas. Sus ojos están hinchados de una tétrica inocencia que parece mirar con necesidad y engaña: lanzan sangre urticante.

Hosquedad, mide el espacio a saltos escapando de la boca desesperada que lo quiere besar, criatura resbaladiza, serpiente a su modo. Para desaparecer, su color cambia según el fango que lo contiene.

Las hechiceras lo aman por sus propiedades malignas, ingrediente infalible de bebedizos que atraen la ruina, de ungüentos de falso amor.

Piedra viva, Dios lo hizo con el barro sucio que sobró después de amasar al hombre.