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En las tormentas del verano gustamos de oír la orquesta de las afueras en la que sapos, grillos y lechuzas modulan extraños cantos que nos hacen pensar en la sorprendente magia de la Creación. Si, de repente, una centella nos espanta, nos tentamos afablemente el hombro, nos rodeamos la espalda con los brazos, atentos al peligro que pueda acechar: nada pasará sobre nuestra potencia sin que defendamos nuestro territorio, nuestro sólido nicho. La lluvia abrillanta las verdes extensiones donde cogemos setas sorprendentes, nos bendice gentil con su protección en las dádivas que nos va regalando en cantidad. Y si lo deseamos, corremos bajo ella, salpicándonos el uno al otro porque sí, jugando luchas en los charcos de barro. Desnudos.