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Mi primo es alto como una palmera. Sus ojos son hermosos tréboles agridulces que mi fantasía mastica. Huele al bosque que a nuestra casa abraza. Unas gotas cristalinas caen de su axila cuando carga el fardo de leña para hacer el calor de nuestras noches. Yo amo ese trayecto que hace de la ribera del río hasta nuestra puerta, con el pecho desnudo y las venas de su cuello queriendo reventar de una presión varonil, tan cerca de lo divino, que lo hace asemejarse a un semidiós griego. Amo su cintura estrecha, más estrecha que nuestra amistad, bella como una palmera rumorosa. Amo también esas gotas que supongo deliciosas: quisiera lamerlas del suelo terroso. ¡Qué importa que me diga loco!