El migrante es un fantasma atrapado
entre la noche que lo expulsa y la que no quiere recibirlo.
Arrastrándose bajo murallas de hojalata,
no hay tierra que lo reclame.
Hambriento de futuro, expuesto y en fastidio,
sufre todo por la quimera de mejores días.

No la fuga romántica de las aves:
la caminata exasperante por desiertos,
la persecución de las balas y los perros
en el escarnio de la ley absurda.

Cruces anónimas delatan la hosca cifra imprecisa
que no será lavada
por las lágrimas de los quedan.

Si el río lo devora será mártir sin gloria.

Y, en la boca del lobo:
el subterfugio de la oscuridad que se agazapa
hasta que el regateo haga la medida.
Porque, en el otro lado ansiado,
el destino sólo puede ser la humillación
de ese cuerpo y esa a vida
que no tuvieron patria verdadera.