Huele a leche agria y al perfume de tiendas baratas;
y bajo la gruesa placa de maquillaje
no hay pedazo de luz en su cara.
Pero finge, finge con pretensión ingrata
al no haber clima benigno en su alma.

Se imagina especial en su pose y con vacío hablando
de ideales que cuestan caro, de leyes, genios y artistas,
haciendo burla de ritos paganos y mancias;
pero su casa es la ruina del caos,
nido de cucarachas donde ha pillado sus mañas.
Y es esclavo de sus propias falacias.

Dice que llueven semillas de oro en su techo
y hablar con la felicidad a cualquier hora
mientras sus tripas con dolor se devoran.
Y cada noche llora a solas.

Llora sí, y de orín son sus lágrimas,
pues siente el pesar de la vida sobre su espalda
como tenedores clavándosele en la espina,
deseando con todas sus fuerzas esconderse del mundo
refugiándose en una vagina.