“Criaturas de la noche”[1] es un cuento acerca de un niño que vampiriza a una comunidad, un niño cuyo cadáver desapreció del féretro, a partir de lo cual la gente del pueblo empezó a ser víctima de mordiscos que producen dolor de huesos y zumbidos en la cabeza como si se tratara de una fiebre enconada, provocando el temor de dormir por las noches. El niño cuestión, llamado Pablito, murió en una visible consunción, después de una agonía de muchos días, deshidratado; sin embrago, durante su funeral luce una turgencia inusual en los labios, un rubor natural que se manifiesta aun a través del maquillaje. Debido a estos incidentes de tinte sobrenatural, se le toma por santo y se le rinde culto como a un santo: lo alzan en hombros y para mostrarlo por todo el pueblo, le organizan honras y una aparatosa ceremonia en la iglesia.
Pablito había sido un niño “concebido en pecado”, nacido en circunstancias muy extrañas y pavorosas. Su madre recuerda:
No gritó al nacer. Se le deslizó fácilmente entre aquel fluir de sangre que se le quedó untado en la piel y en los labios; en la lengua. Porque boqueaba hambriento, a derecha e izquierda, y todavía con la sangre entre las piernas, me lo dieron al pecho. Yo sí me quejaba, por aquel dolor que me encendía las tripas y las piernas, por las muchas roturas de mi cuerpo y el largo trabajo de empujar fuera a ese niño. Y ahí nada más, al filo del desmayo que me jalaba a su blandura, sentí la boca que se cerraba sobre el pezón, sentí el firme mordisco de los dientes, y un nuevo dolor –dolor de clavos chicos que se me metía por la punta de mi pecho…[2]
Pablito es una criatura que ha nacido con dientes, considerado aquí como señal de infortunio o de “que el niño fue hecho de una mala manera”. Y es que fue producto de un encuentro sexual desgraciado con un forastero. El hombre misterioso la penetra de una manera angustiosa que hace a la mujer sentir sólo dolor; y durante el acto le muerde ansiosamente el cuello, lo que hace que la mujer sienta zumbidos en las orejas. La mujer sufre este encuentro sexual como una tortura, que la deja rendida, empapada en sudor “y con la impresión de ir cayendo en un pozo largo y estrecho –como los ojos de aquel.” Cae dormida, y cuando despierta tiene la impresión de que su cuerpo ya no es de ella. El hombre la ha abandonado y nunca vuelve a verlo A partir de entonces será una mujer habitada por el desasosiego.
Recuerda una mujer del pueblo:
Cuando Gaudelia andaba en estado, mucho se dijo que la criatura era de un novio que tuvo y se fue con buen camino un día que nadie supo, dizque a hacerse rico por ahí. Creo que no. Yo la vi mañaneando cerca de la carretera luego que el fuereño ese, vendedor de medias para mujer, la acompañó al cerro. Se me hace, pues, que su niño lo tuvo arteramente con ese hombre. A mí, verlo me hacía mal estómago: su color de ampolla y los ojos como padeciendo ardor, la boca grande y oscura, unas manos que habían de estar heladas. ¿Apoco a Gaudelia le llamó la atención el traje serio –bien entendía que era el único, brilloso y antiguo– y el aire de misterio que portaba el hombre? Yo digo, si el padre Idelfonso supiera que Pablito fue hijo de malas andanzas, puede que no diera pie a tanta fiesta de santificación. Pero Gaudelia no ha vuelto a confesarse desde entonces y tiene el secreto bien amarrado adentro.[3]
El padre de la criatura tiene rasgos con los que son caracterizados los vampiros: palidez, una mirada que se puede decir lasciva, frialdad de cuerpo y un traje que, en un contexto provinciano de pobreza, da cierto aire de refinamiento al personaje, aunque se trate de un simple vendedor de medias. La extranjería, también, la hemos visto muy frecuentemente relacionada con la figura de los vampiros en la literatura. Debe ser él una criatura maligna y no precisamente humana, dada la naturaleza de la criatura que engendra, la cual se revela luego de la muerte de ésta.
Y es que días después la tumba de Pablito es descubierta abierta. Se dice que el niño, en su beatitud, había resucitado y subido a los cielos en cuerpo. Pero inmediatamente empieza la gente a padecer pesadillas y debilidades, a despertar con piquetes o mordiscos como de “rata”, a morirse; lo cual por otro lado se identifica como obra del Maligno. La misma mujer que conoce la forma en que fue concebido Pablito intuye o sabe que se trata de obra de Pablito y piensa que encontrándolo y quemándolo cesarán los ataques nocturnos en el pueblo. Se organiza entonces una expedición al monte, encabezada por el párroco de la iglesia. Y encuentran a Pablito, quien ahora tiene una figura aterradora como de animal nocturno:
Las bestias duermen de noche; pero él no. El sueño es el descanso de los vivos. Y Pablito está muerto, o algo parecido.
Era cerca de la medianoche, cuando llegados a un claro, alguien lo descubrió encaramado en la rama de un árbol, ojos de conejo y actitud felina, con los brazos replegados y la nariz olfateando el aire. La procesión se detuvo. Quedaron todos inmóviles, el alma recogida un momento (…). Alzaron las teas para alumbrarlo –quizá para intimidarlo–, y fue bien visible el aspecto cenizo de su rostro, extrañamente sombreado por un vello castaño, las orejas puntiagudas y delgadas, trasparentes; la mirada feroz; los comillos largos y finos como agujas; el pelo enmarañado.[4]
El cura empieza una letanía religiosa para desterrarlo del pueblo, en nombre de Adonai[5] identificando a la criatura nocturna con Satánas. La criatura gime y se agita nerviosa. Los pobladores pueden ver “cómo Pablito desplegaba una alas traslúcidas, puntiagudas, semejantes al armazón de un paraguas, y echa a volar sobre el claro del bosque, igual que vuelan los ángeles y los demonios”.[6] Las orejas puntiagudas y traslúcidas, el vello en la cara, los colmillos puntiagudos, las alas traslucidas como membranosas y su estructura recuerdan, inequívocamente, a la morfología de un murciélago que, como hemos visto se suele asociar al vampiro en tanto criatura de la noche y bebedor de sangre.[7] Un vecino solicita que a la criatura le sea sacado el corazón como en los rituales de los antepasados. Pero ya es demasiado tarde, la criatura ha huido y los hombres, débiles por la extenuación de la que han sido víctimas, están agotados.
Al volver el párroco a su iglesia, Pablito está esperándolo en el altar. Entonces se abalanza contra el hombre de fe. La mujer que conoce el nacimiento de Pablito y que también está en ese momento en la iglesia –cabe suponer que para recoger a su hijo que es acólito de la iglesia y huir de con él del pueblo–, nos da una última y reveladora información: “Los viajantes agarran su ruta y van picando pueblos. Picando mujeres también, escupiendo semilla para muchos niños. Pablo tiene sus hermanitos. Iguales que él. Más chicos o más grandes, pero idénticamente animales del mal que don Ildefonso no les puede”[8]: son criaturas de la noche que chupan la sangre de los hombres con “harta sed, sorbiendo fuerte.”
La configuración del vampiro aquí, según la hemos visto en esta reseña del cuento, obedece más una de orden folclórico, claramente sincrética, en la que se mezclan elementos católicos (asociar al vampiro con Satanás; el contexto de culto religioso y la pretendida santidad del cuerpo incorrupto de Pablito), una mitología rural mexicana (un clan de hombres forasteros vampíricos que recorren los pueblos dispensando su semilla maligna para engendrar vástagos) y algunos atributos de los vampiros que se han conocido del viejo folclor europeo (sacar el corazón o quemar al vampiro; su parentesco con el murciélago; la debilidad, pesadillas y extenuación que produce en la gente de los pueblos donde se alimenta). Configuración en la que la animalidad, como símbolo de lo atávico y demoníaco del hombre, tiene un privilegio importante, pues la emparienta a otras mitologías mexicanas rurales del folclor y la oralidad como el nagual.
[1] Ibídem, p.
[2] Ibídem, p. 46
[3] Ibídem, p. 47
[4] Ibídem, p. 47
[5] Uno de los nombres hebreos de Dios.
[6] Ibídem, p. 49
[7] Recordemos también que en cierto folclor y en algunas obras literarias el vampiro es capaz de metamorfosearse en murciélago.
[8] Ibídem, p. 51