Tengo un beso rosa que se detiene en mis labios. Un beso rosa espasmódico que no brotará al ocaso triturado con la música del clavicordio rosa que tampoco va a regresar. Esto es tan espantoso que me dan soledades en el alma. Así somos nosotros. Esperar ya me parece inútil. No sabrías de cualquier modo del dolor de mis ojos al ver los capullos de este jardín de plástico que terminaré incendiando. Ni el tedio de escuchar las súplicas de una iglesia personal que alaba las tijeras con las que platico mientras me baño practicando rituales obsesivos. Hay que morir, me digo. Y la prisa es entonces indeleble como el agua culpable de nuestros sueños.
Pero confío en que un ábaco perfecto nazca de tu vientre amordazado para enseñarle las matemáticas al mundo. Tú, antes de levantar cualquier pistola, piensa en la noche, en su sapiencia que nos da tanta materia de estudio, en el crimen mío de ser un mentiroso y vivir por y para ello. Y alégrate así. Y come arroz, grano por grano, odiando después, si puedes…
Claro. Me soy estafeta que no llega; me eres una pústula reventada donde lamo la oportunidad fecundada. Y repito algunas palabras porque no existen otras. Porque si inventara nuevas, se revelarían contra mí como las perras en celo se rebelan contra el pudor. ¿Qué quieres de mí de ahora en adelante? No puedo darte más que esto, que otros saben hacer mejor: rebajarme más y más, cocaína en polvos cosméticos.
Dicen que llorar es darte cuenta de que estás vivo. Pero yo no quiero que te devores. Mira que, después de todo, el alma no va a un más allá. Aquí está todo: el pus, el pus, el pus, el pus. Y lo demás. Estamos enterrados en el hielo de la reclusión, todavía. Y si te secuestré así es porque se me habían agolpado estas frases en la caja de ninguna resonancia que es mi cabeza, y ellas querían venir a gobernar este mundo mínimo y constreñido en el que tú y yo colgamos como una gota de orina del pene después de la micción; aquí, en este pacto ruin de mareo y sarcoma.
Estamos perdidos aquí y no lo podemos reparar. Y lo quieres todo: la sonrisa más grande, el precio más justo, el perdón más inaudito. Las sombras de mis tristezas no tratan después de negarnos; así que sábelo otra vez: para mí, para la ti, la condena es cierta. Lloro por ello al revés, trato de matar el sentimiento de tenerlo todo y perderlo al instante. El cielo, pues, está aparte. Pero cuando tus celos están en una pieza de papel, yo sonrío dulcemente. Y eso es probablemente erróneo. ¿Qué más podrías esperar? Siento tus brazos hoy sobre mí, de este lado de delito, y me asusto.
Ahora bien: desde que te dejé con una mala impresión, sigo siendo el mismo. Si vuelvo el rostro para mirar mi vida, encuentro a la hipocresía al borde de la perfección y tan nutrida de medusas. Accidentalmente no me di cuenta de esos bostezos. Ahora somos dos girando en la misma circunvalación donde te mato una y otra vez.
Destino: ¿qué sabemos de él? ¡Pero qué petulantes nos vemos cuando usamos ese vocablo hueco! Detenme. Pronto voy a encontrar algo filoso que embone en mi esternón. Pero no puedo realizarme en muerte prontamente. Hay cosas que deshacer en mí todavía. Por ejemplo, no me canso de deshacerme el amor todas las noches. Pensando en ti, obviamente.
Debes luchar. Luchar por abandonar el nudo de tantos años y de tantos ojos que se posaron sobre ti desnudándote y haciéndote sentir mínimo y anónimo, como un grano de arena en el desierto de la existencia. ¿Lo ves? Sigo allí por ti. Pero ahora no aceptaré que tu creencia es mejor, ni que aquella bandera deliciosa se irguió sólo para empalarnos. Cuando el cansancio nos invade con sus manos de anciano, las camas matrimoniales son deliciosas. Así que, cuando puedas, compra una para los dos, donde podamos jugar nuevamente a morir, el día que volvamos a encararnos.
A esta hora, la contradicción no está sola en mi corazón que tiene el tamaño exacto de la soledad. Vuelvo a lo mismo. Y me hacen falta tus manos para que hagan un cuenco para mis lágrimas. Así de confuso es el tratado de no agresión que firmamos para huir del pasado que nos hizo romper varias veces nuestras muñecas. Porque aún no sabíamos que somos monstruos y que debemos vivir por ello, a pesar de todo.
Bien. Todo fluye hacia nunca. Como siempre. Por cierto… ¿Qué es tuyo en esas granjas enajenadas donde quemas desperdicios de los que de vez en vez necesitas comer?
Escríbeme ahora, y funde tu dolor en mi corazón más que antes. Libérame, porque la realidad es más que nunca una mentira. Libérame, por favor, con tus mejores admoniciones…