Acaso te amo sin una razón verdadera:
por instinto,
como se ama a la familia
predispuesta al incesto.
Y en ese deseo,
el ritmo va nimbando dudas,
noches en que la distancia entre tú y mi mano
se hace más gris: pequeña borrasca.

Acaso estarás otra vez entre mis brazos
y oleré tus cabellos
que tienen la juventud de todos los verdes.
Y te diré al oído
cosas que ya sabes.
Y entonces mi voz se adelgazará hasta el quiebre,
como si confesara mi más íntima necesidad,
desgarrada
como fruto desperdiciado.

Y vendrán más otoños
y seguiré pensando en tu tez canela.
Y acaso olvidarás nuestro cariño,
como los niños se olvidan de cuidar un animal y muere.
O yo me sienta apático,
traicionado por el destino,
por no haber podido
cerrar tus traviesos labios con los míos.
Y una hondonada insalvable se abra entre los dos
cuando esta ciudad y lo poco que ofrece
dejen de tener sentido para ti.

Y entonces, ni celebraciones
ni caminatas juntos.

O acaso estemos siempre juntos
–yo amándote
hasta el fin del amor en el cosmos–,
como dos átomos en una molécula indestructible.
Como de hecho ya lo estamos,
en este poema.