Esta irrupción es una pista de luminosidad
donde volvemos a patinar de la mano,
bajo los fanales del aprecio, con el ritmo del candor.
Vive, se revuelve aún en su torre dorada
lo mejor de mi inclinación hacia ti:
ese sabor a delicada enfermedad,
el beso bajo el puente del último día de la adolescencia,
tu destreza salvándome de pronto de mí mismo,
mi anillo perdido y muchas veces encontrado
en el baúl que compramos a la riqueza, puesto allí por ti
con un gesto de tierna sabiduría.
No saber si volvemos a estar juntos para quedarnos
o si habrá que partir las raciones, decir adiós, viajar otra vez,
hacer la guerra y olvidar traicionando la casa, el nombre,
ese pálido fulgor que llamamos esperanza.
No se me escapa, no, que el amor es una venda
y que en labios del compromiso estamos pactados.
Vienes desde tu nuevo bosque de floripondios
hasta mi epicentro en el que en trompo estaba a punto de detenerse.
Pero es menos que burbujas de jabón en el aire
lo que pueda tener de objeción.
Apareces y hemos de amarnos nuevamente. Con todas las aristas.
Hasta la desgarradura.