Presentamos un cuento de Javier Fausée (Puerto Vallarta, 1987)
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Ella fue la única prostituta con la que he estado en mi vida. No tuve que pagar por ella como el resto de sus clientes, como esos hombres que pagan por sexo aun teniendo esposa en casa. Al principio sólo éramos amigos. Yo conocía a su pareja, un pobre diablo que sufría por cómo ella tenía que llevar el dinero a casa que él no podía ganar por cuenta propia: el tipo, igualmente, era un vicioso.
Cuando perdieron la casa que rentaban terminaron y yo la invité a pasar unos días conmigo mientras encontraba otro lugar para rentar. La verdad es que nos hicimos muy buenos amigos. Pasábamos todo el día juntos. Consumíamos mucha droga; nos pasábamos días enteros a veces sin comer: droga y sexo todo el tiempo. Dicen que encuentras a las mujeres más hermosas en tu cama al despertar, pero es mentira. Ella usaba mucho maquillaje; a veces en exceso, y su cuerpo ya desnudo no era tan bello como cuando estaba vestida. Pero tenía buen culo. Me gustaban sus piernas; sus tetas no. Sabia coger y no me ponía límites; al momento de poseerla yo podía hacer con su cuerpo lo que me placiera. A ella le gustaba duro y por el culo. Nos empezamos a tratar como si tuviéramos una relación. El tiempo que estuvimos juntos no tuvo más clientes, o eso me hacía pensar ya que yo tenía comida y dinero para mantener nuestro mediocre estilo de vida.
Ella admiraba mucho a una modelo y soñaba con ser como ella. Un día, después de coger varias veces y en todas las posiciones posibles, buscamos en internet la película biográfica de esa modelo. No recuerdo su nombre; la verdad, a mí no me gustó la película ni la historia, lo que la joven modelo tuvo que hacer para conseguir la fama. Era también una drogadicta y al final murió de sida. Pero, bueno, yo admiro a Bukowski, un escritor que al final murió por el estilo de vida y excesos que desde joven llevó.
Después de usar drogas por un largo periodo, es inevitable no sentir los efectos secundarios. Ya no vuelves a ser la misma persona que cuando te fumaste tu primer churro, tu primera cacharpa; todo en ti cambia: el físico, los ojos, la manera de razonar. Hay un punto donde ya no puedes volver atrás; te conviertes en otra persona, alguien que nadie nunca conoció, alguien que nació el mismo día y con el mismo nombre que tú, pero tu cerebro ya se jodió. Si no sabes parar a tiempo seguro terminaras idiota, vendiendo el culo para conseguir más drogas. Ella quiso seguir y yo necesitaba parar; ya no me sentía bien al ver nuestros cuerpos esqueléticos, la cara deforme… Ese culo que tanto me gustaba comer ya no era el mismo; las piernas lindas y nalgas duras se fueron: solo quedaba el rostro esquelético de lo que solíamos ser. Ya no nos tratábamos como pareja, ya no pasábamos el día juntos; ya ni ganas de coger nos daban. Nos volvimos violentos; ya no éramos los mejores amigos. Mi puta sin paga ya no quería estar conmigo, quería cambiar de cama. Yo ya no tenía más cosas de valor que vender: adiós a mi equipo de producción, mis laptops, mis monitores, etc.… Cuando ya no hubo más que vender regresó a sus viejos clientes, a frecuentar a su jefe árabe que le pagaba 800 pesos por noche “por quedarse a cuidar a su hijo de diez años”. Yo no sé porque le creí. Un día encontré en su celular conversaciones con sus clientes. Ese día fue violento; le di una cachetada y la tiré al piso.
—¿Así me pagas, perra? -grité mientras rompía su celular-. Creí que teníamos algo. Dijiste que te estabas enamorando de mí.
Me golpeó con su puño cerrado y me abrió el hocico… No tiene caso entrar en detalles de como ella trato de filerearme varias veces. Por más que quería controlarla, ella no pensaba en las consecuencias. Yo no quería repetir una escena vivida de niño con mis padres: ya era suficiente. La jalé de los cabellos y la saqué de mi casa. Le cerré la puerta, misma que pateó varias veces para volver a entrar. La policía llegó: dos patrullas para una pelea doméstica. A pesar de verme reventado y sangrando, le creyeron a ella. Seguro les ofreció una mamada por llevarme. Desde la ventana alegaba con los mediocres policías que me exigían salir.
—¿Por qué no entras por mi perro? -le grite al comandante.
Él solo tomó su radio para aparentar pedir refuerzos. Fui y tomé la maleta de la puta y la aventé por la ventana
—Ahí están tus porquerías. Ésta es mi puta casa y te me vas a la mierda.
Los policías muy amables con ella la ayudaron a recoger sus cosas del suelo. Y se la llevaron, pero no como criminal, sino como víctima. Lo último que supe de ella fue que se fue a vivir con su jefe árabe de cincuenta años. La puta una vez más no tenía cama y debía buscar otra para dormir…
¿Qué se siente ser una bacinica de mecos, que nadie te ame y solo te busquen por lo que puedes darle a un pendejo que puede pagar unos pesos por tu cuerpo para sólo usarlo? ¿Cuánto vales como ser humano? ¿Qué se siente ser una puta sin cama y tener que coger con ancianos para poder comer y seguir manteniendo tu vicio, un lugar para dormir? Ella era todo eso, pero yo era un mediocre. En ese punto de mi vida, como se dice coloquialmente, valía verga, no servía para vivir, era un parasito codependiente y nadie me tenía que pagar para serlo. Yo no valía nada.
El alcoholismo regresó con más fuerza. Una caguama para mí, era como un biberón para un bebé. Todo el tiempo traía una en la mano; no sé de dónde sacaba dinero para seguir embriagándome: apenas hacía algunos trabajos de informática. Fumando mota, bebiendo y sentado en el sofá frente a la televisión todo el día. Comencé a alejar a mis amigos, a mi familia…. La gente me detestaba. Valía más una puta piedra que la piltrafa humana en la que me había convertido. Recuerdo que la dejé regresar varias veces y varias veces la volví a correr: era como una gata que se sale de la casa y regresa después de varios días toda revolcada lastimada y con hambre, enredándose entre tus pies para recibir una caricia. Pero, yo también necesitaba una caricia, yo también era un gato enredándome en sus piernas al recibirla. Yo me permití llegar ahí. A su particular manera me manipulaba: más mentiras y vicios. Ella lo sabía hacer muy bien. Ambos lo sabíamos: todo terminaría de la chingada, nos volveríamos a agredir, a lastimar emocionalmente. Pero la verdad es que nadie nos obligaba. Yo por ser un mediocre lo permitía: todo por una vagina que no aprieta como una liga usada y vieja de tostadas, por estar con alguien que me regalaría una mamada.