Saludar sin rencor al sol que nos hiere.
Poder sostenerle la mirada al espejo.
Caminar con la mirada paralela al suelo
sin pensar en los traspiés del ayer.
Apretar con firmeza una mano que saluda.
Aprender las frases que abren las puertas,
dar con la justa medida de ruido al cerrarlas.
Hacer el baile con la gracia del cisne.
Comer sin pensar en esa porción que al comerla
mata de hambre a otro.

Amar sin flaquear por esa certeza de despojo.
Aferrarse en la embriaguez al pulso
de la resignación a vivir.

Y al fin de la jornada lidiar, sin ser vencido,
con los fantasmas de la soledad y el desamparo.