El erotismo ha sido uno de los componentes privilegiados dentro de la literatura vampírica desde sus inicios. Éste presenta interpretaciones y lecturas de lo humano por medio de discursos de lo que pertenece de ordinario al ámbito de lo reprimido generalmente por la cultura; de este modo, pone a la luz un mundo soterrado de deseos y pulsiones que pertenecen a una zona de la experiencia tradicionalmente negada, pero cuyo poder sobre la personalidad ciertas literaturas han tratado de presentar y problematizar. Su importancia es tal, ya que, de a acuerdo a cierto pensamiento, el erotismo tiene vasos comunicantes con otras experiencias profundas humanas como la religiosidad. Bataille pensó que todo erotismo es sagrado por tratarse en todos los casos de una sustitución del aislamiento del ser, de su discontinuad, por un sentimiento de profunda continuidad, y ser una aprobación de la vida hasta en la muerte. Siendo así, tiene una importancia antropológica decisiva, que podemos rastrear en ciertas expresiones culturales y artísticas, incluyendo, con obviedad, a la literatura.            

El vampiro es una figura que afirma el revés de los valores occidentales hemegónicos; valores que se presentan como la otredad excluida, la sombra, lo irracional e inconsciente y los ríos subterráneos de la personalidad, en los que el deseo constituye una de las más poderosas fuerzas. Es por ello que el vampiro literario históricamente ha ido un ser de una naturaleza erótica fuerte y recalcada, al acecho de víctimas a las cuales beberles la sangre en un acto que puede ser interpretado como una metáfora del acto sexual: estos pasajes literarios en los que el vampiro clava los incisivos a su víctima son capaces de evocar un simbolismo que remite tanto a la genitalidad como a la sexualidad oral. Apetito erótico y ansia de sangre parecen ser una misma fuerza instintiva en el vampiro, que le hace cometer todas las trasgresiones posibles al orden de los hombres. El vampiro, en algunos momentos históricos, ha sido un ser donjuanesco cuyos encantos no pueden ser resistidos por sus víctimas, que se le entregan ciegamente. También se ha escrito que estas víctimas son hipnotizadas por su sola presencia, en un rapto de la sensualidad, una seducción demoniaca de naturaleza sexual. El vampiro representa, en este orden de ideas, la liberación (en la moral de las sociedades en las que su figura literaria se inserta) de las fuerzas oscuras del deseo, la permisión de los apetitos de la carne, con la trasgresión que esto conlleva en un sistema de valores judeocristiano, en donde el tema de la carne y sus apetitos son tabú