Cuando en la fiesta, en la vida,
la gente se abraza una a otra,
se mira a los ojos complaciente,
se trueca ademanes, en fin,
se corresponde con naturalidad,
con esa energía estelar casi imperceptible
que conduce a todos y en la que pocas veces reparamos,

siempre hay alguien nervioso en una silla,
observando esa medusa de movimientos
en la que todo se enreda:
alguien que no entiende,
que actúa en la soledad de su habitación
frente al espejo, preguntándose si es normal,
exclamándose “¿Lo hice bien?”;

alguien que se retrae, que no aprendió a la par.

Alguien que escribe.