El murciélago es vehículo de los espíritus malignos de los muertos. Esas peludas alas nacidas de un pecho impuro baten con energía las tinieblas donde encuentra seguridad. Sólo allí, en la temida oscuridad de terciopelo, instaura su morada.

Duerme durante el día, en forma cruz invertida, en lóbregos racimos anónimos. Mide la extensión de la noche con sus alas abiertas, escapando de la santidad de la luz y del fuego purificador.

Un par de colmillos afilados le sirve para podar la bondad del árbol frutal.

Siembra pavor cuando, impulsado por un poder sobrenatural, entra a las habitaciones abalanzándose sobre las vírgenes.

Chupa la sangre del ganado, del niño neonato.

Y escupe los patios de las casas cristianas.