Desde que amanece hay más polvo en el aire.
Los minutos se afanan en alargarse:
elásticos de tedio. Las cosas sufren
un silencio de plomo aun si hablan;
y si hablan lo hacen con flojedad infinita.
Todas las campadas del día son de muerte,
porque éste es el primer día de todos.
Y, como tal, exaspera como una infancia afligida
que no nos perdonara olvidarla.
La voz se ralentiza.
El estudiante reposa su cruda
con dolor en la cabeza del alma.
Las calles se ensanchan de modo invisible
para que el transeúnte se perciba más solo.
Los orgasmos sufren raquitismo y culpa.
Quizá Dios maldijo a Adán un domingo.
Y este día nos rememora la debilidad del mundo.