Entre sus antecedentes intelectuales encontramos a Espinosa (1632-1677), quien formulaba que el mantenimiento, aseguramiento y garantía de los derechos de las personas es la causa de la constitución del Estado, el cual ha de eliminar el sufrimiento común. Para este filósofo, la salud del pueblo es la ley a la que deben ordenarse las instituciones. Dos de los derechos que más defendió son los de libertad de conciencia y expresión. Posteriormente, Locke (1632-1704) formuló por primera vez el principio de división de poderes como modo de regular y equilibrar el poder del Estado. Para él los hombres poseen derechos elementales como la libertad, la propiedad y la vida. Montesquieu (1689-1755) lleva hasta las últimas consecuencias la división del estado, formulando los poderes ejecutivo, legislativo y judicial. Aún en estos tiempos, la idea de democracia despertaba múltiples recelos.
La república estadounidense de 1787 constituyó la elección directa de un jefe del poder ejecutivo (presidente), y de los miembros del poder legislativo (Congreso y Senado), junto con la participación popular en la justicia mediante los juzgados. Lo que concretó en la práctica las ideas de Locke y Montesquieu.
Actualmente, múltiples teóricos delatan los límites la democracia a través de los problemas que ha generado y las falsas promesas que no ha cumplido. Considerada desde siglos como la forma más equitativa de gobierno, en la cual el pueblo tomaba las decisiones, la palabra democracia se ha pervertido convirtiéndose en un lugar común del discurso público, usada para señalar cosas muy diferentes entre sí, circulando como una moneda devaluada en el mercado político.
La democracia moderna tiene sus raíces en el racionalismo y en la idea de progreso, según la cual la razón tiende por sí misma hacia la comprensión cada vez más amplia del universo, logrando un perfecto dominio de las cosas. Pero la misma razón nos lleva a conocer que el ideal de democracia dista mucho de la realidad empírica. En vez de representar al pueblo, se ha vuelto contra él en muchos casos particulares. Tratar de mejorar la democracia teóricamente suscita más preguntas que respuestas.
Norberto Bobbio señala que lo que se ha fortalecido bajo la democracia moderna no ha sido el pueblo, sino los partidos políticos, los grandes medios de comunicación y los grupos económicos. De ahí que se hable de una partidocracia regida por la propaganda y el dinero. Avanzamos así hacia una sociedad neocorporativa que no tiene que ver con la representación política sino con la expresión de intereses económicos en los que persisten las oligarquías. Por otra parte, la democracia moderna no ha logrado suprimir el poder invisible o “doble estado” de las masonerías, mafias, servicios secretos y técnicas panópticas. Asimismo, se enfrenta al crecimiento incontrolado de las burocracias y forma ciudadanos dependientes. Todo esto lleva al pueblo a una penosa deshumanización de gente tecnológicamente orientada hacia la rentabilidad. A través de ella, la personalidad se vuelve el último reducto a ser dominado. Y es que la democracia fue pensaba para una sociedad menos compleja que la nuestra: la polis griega, donde la democracia tuvo digna y noble expresión. En la democracia actual, el “deber ser” pervive en un puro sentido normativo. Ahora se puede juzgar que la democracia no llevó a la más alta felicidad a la gente, sino que se convirtió en una simulación, mitificación, improvisación y muchas veces anarquía, ocasionando una serie de problemas nuevos que la sociedad del siglo XXI tiene que enfrentar. Pero queda la oportunidad de cambios o revoluciones.
La democracia representativa es la más extendida en la actualidad. Aunque en realidad, la voluntad popular siempre es establecida por el colegio del poder legislativo, y así la representación de las mayorías es relativamente estrecha. Sus características principales son que el control de las decisiones gubernamentales recae en funcionarios electos periódicamente, que se suceden pacíficamente, por los cuales votan los ciudadanos constituidos por los adultos, que a su vez tienen capacidad de ocupar cargos públicos. Los ciudadanos gozan del derecho de criticar al sistema político dominante, a fuentes de información que no estén monopolizadas por el estado y a formar asociaciones que procuren influir en el gobierno. La democracia moderna se constituye por elementos republicanos y liberales. Debido a estas problemáticas señaladas, se han propuesto nuevos modelos de democracias posibles.
La democracia participativa, nacida de las demandas universitarias de los años sesenta, busca democratizar aún más la democracia, mediante la participación civil entendida como un mecanismo mediante el cual se contrapese el poder hegemónico del estado mediante la inclusión de actores y voces marginales, que demanden sus derechos vedados en oposición a los intereses económicos o geopolíticos. Busca dar un mayor gobierno a los ciudadanos; por ello busca poblar la sociedad de asociaciones civiles, sobre todo a nivel local, que sean intermediarias entre la sociedad y las instituciones.
La democracia deliberativa, desde los años noventa, busca complementar la democracia contemporánea con una noción fuerte de ciudadanía y de opinión pública, tomando muchos elementos del republicanismo, de la participación y del asociasionismo. Su premisa básica es que, para ser legítimas, las decisiones del gobierno deberían pasar por procesos justificativos y deliberativos frente a la opinión pública, por el debate de una sociedad plural que dé cabida a diversas voces y esté bien informada. Por lo tanto, la participación política debe estar fuera y dentro de los partidos políticos, y el espacio público debe tener incidencia en los procesos electorales y la toma de decisiones de los parlamentos. Para ello, la sociedad debe estar capacitada para hacerse escuchar y escuchar puntos de vista ajenos a los propios.
Bajo los modelos de democracia radical existe un énfasis notorio en las demandas de los más vulnerables, con la inclusión de la diferencia en perspectiva de conflicto con el gobierno, poniendo al centro la pluralidad de formas de vida y su acomodación social. Es un modelo atento a las necesidades de género, de las minorías oprimidas, los pobres y los excluidos del discurso político. Son la veta más multiculturalista que busca implicar al Estado en la generación de políticas que busquen poner fin a la desigualdad de oportunidades y la dominación cultural. La inevitabilidad del conflicto deriva en la trasformación de los sujetos políticos hasta alcanzar consensos capaces de procesar el conflicto y lograr decisiones de cabal cumplimiento.
Fuentes consultadas:
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Baños, J. (2006). Teorías de la democracia: debates actuales. Andamios. Revista de investigación social Vol. 2. No. 4, pp.: 35-58.
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López Arribas, P. (2005) El origen de la democracia moderna. Cuadernos. https://dialnet.unirioja.es/descarga/articulo/1195886.pdf
Rodríguez B. y Francés, P. (s. f.) La democracia (apuntes de clase).
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Zárate Flores, A. (s. f.) Democracia moderna. Archivos de ciencias jurídicas. https://archivos.juridicas.unam.mx/www/bjv/libros/2/977/4.pdf[a1]