Argumentar que una quesadilla debe forzosamente ser de queso porque la palabra eso significa es un argumento tan tonto como pretender pagarle a alguien su salario con sal, porque eso significa el término.

Y no se trata de despreciar la etimología o la raíz de las palabras, se trata de aceptar y estar conscientes de que la lengua es un ente vivo, cambiante, adaptable cuyo fin supremo es servir a las personas, y no al revés, ni siquiera en un sentido poético.

Para comprender fácilmente el porqué el mal uso de las palabras es una práctica aceptable, basta recordar que el español, así como todas las lenguas romances, surgieron a partir del mal uso del latín vulgar.

Y si los novelistas, filósofos y demás intelectuales de escritorio se escandalizan porque (dicen) el mal uso de las palabras refleja un retroceso intelectual, basta con echarle una ojeada a varios siglos de literatura clásica, esa época en donde el español se moldeaba con la influencia de romanos, moros, habitantes prerromanos de la Península Ibérica e incluso una pizca de regionalismos propios de las lenguas americanas, sólo por mencionar un par de estas influencias.

O más próximos a nuestra época, allá vemos a un Cortázar acentuando erróneamente sus regionalismos rioplatenses, o a un Juan Rulfo enalteciendo como flores el argot sencillo del campesino mexicano.

Pero si a todo esto necesitan de un papel, una firma y una declaración oficial del correcto uso de las palabras, la RAE, supuesta suprema autoridad en cuanto a la lengua española, señala que una quesadilla hace referencia a una: “Tortilla de maíz rellena de queso u otros ingredientes que se come caliente”. Y si necesitan comprobarlo por ustedes mismos, simplemente den clic aquí.

Con lo de supuesta máxima autoridad, por supuesto, me refiero a que la misma RAE ha tenido que echar para atrás varias locas imposiciones gramaticales, como el uso del acento diacrítico en la palabra sólo, por ejemplo. Esto debido a que al fin y al cabo las palabras son de quien las usa.

Pero si a pesar de todo se encuentran por ahí a algún provinciano enfurecido con la despreocupación del chilango frente a la quesadilla de huitlacoche o chicharrón prensado, mándenlo a la verga, y antes de que se ofenda, explíquenle que se refieren a una “Medida antigua equivalente a dos codos”, es decir, relativamente lejos.