LA DIFUNTA ESPOSA

Veinticinco van quintados,

soldados para la guerra;

de los veinticinco va

uno de valor y fuerza.

La silla de su caballo

de oro la lleva cubierta,

él va vestido de verde

de mucha pena que lleva.

Todos comen, todos beben,

se divierten y se alegran,

menos aquel pobrecito

que de él no desecha pena.

Le ha dicho al capitán:

—¿De qué tienes tánta pena?

¿Lo haces porque vas quintado

o porque vas a la guerra?

—No lo hago por el quintado

ni porque voy a la guerra,

lo hago porque me aparté

de mi muy querida prenda

—Pues cógete tu caballo

y vete a ver a tu prenda:

por quintado más o menos

nunca se acaba la guerra.

Se ha cogido su caballo

se marchó a ver a su prenda;

en la mitad del camino

a un pelegrinito encuentra.

¿Dónde vas tú buen quintado?

¿Dónde vas tú por aquí?

La prenda que tú adorabas

después de muerta la vi;

cuatro mozos la llevaban

por las calles de San Gil;

la gente iba diciendo:

—¡Qué penda se perdió aquí!

—Sea viva, sea muerta

yo a verla tengo que ir.

Un poquito más adelante

una sombra vió venir.

—No retires tu caballo,

No te dé miedo de mí

pues soy tu querida Elvira

que te salgo a recibir.

—Si eres mi querida Elvira

¿cómo no me miras, di?

—Ojos con que te miraba

a la tierra se lo dí.

—Si eres mi querida Elvira,

¿cómo no me besas, di?

—Labios con que te besaba

a la tierra se los dí.

—Si eres mi querida Elvira

¿cómo no me abrazas, di?

—Brazos con que te abrazaba

De gusanos los cubrí.

Casaté tú, buen quintado,

no quieras estar así;

la primera hija que tengas

la has llamar como a mí.

—No me tengo de casar

ni me tengo estar así;

me tengo de meter fraile

de los de San Agustín.

La primer misa que cante

la de de aplicar para ti.

—Quédate con Dios, quintado,

Que ta me aparto de ti,

que son muchas las cadenas

que están tirando por mí.