Roland Barthes dice en su obra Mitologías (1957)[1] que el mito es una forma definida por la manera cómo se profiere, misma que constituye una comunicación, un mensaje. A partir de esta teoría semiológica, decisiva para comprender todo tipo de mitos en la cultura posmoderna, haremos una inspección al mito literario del vampiro, que, como vinos, es producto del Romanticismo.
Este mito tiene un uso social agregado a la forma, el cual sería comunicar (en y a partir del periodo romántico) una postura ante el mundo, una crítica a la razón y a la moral, difundir una nueva sensibilidad. Esta forma fue tomada, como vinos de la tradición oral y adaptada, llenada con materiales representativos para presuponer una conciencia significante, misma que deviene imagen a partir de que es significativa: así el vampiro es emblema, un estandarte, cuya definición se construye a partir de la estética negativa de lo gótico, como veremos en el apartado dedicado a lo gótico.
Dentro de esta estética negativa, el vampiro es un mito de oposición: opone lascivia contra mesura, muerte contra vida, arrebato a contra quietud, diabolismo contra beatitud, y así sucesivamente. Hemos de considerar todos los signos negativos que determinan al vampiro para su crítica literaria, toda vez que la semiología es una ciencia necesaria para el análisis de los mitos, si bien no suficiente.[2] La suma de los elementos que constituyen esta mitología deviene en una ideología, ideología que como ya vimos está asociada a la sensibilidad romántica que en la figura literaria del vampiro ha llegado a un alto grado de elaboración.
La mitología del vampiro construye un metalenguaje sobre el que se asienta una gama de pensamientos e interpretaciones que abarca un amplio y decisivo universo de lo humano. El vampiro como mito no es una forma fija, sino que su riqueza estriba también en poder cambiar de sentidos con el tiempo, oponiéndose, desde sus propios fundamentos a cualquier dogmática. Así el mito del vampiro, en su doble función, “designa y notifica, hace comprender e impone”.[3] El vampiro literario es un mito que ha sido inventado y reinventado, mas nunca hasta la saciedad, porque no puede haber un final, una satisfacción (su esencia es la negación); tiene un anhelo permanente de búsqueda, es una interrogación constante insertada en el tejido mismo de la historia, no sólo de la literatura o de la cultura, sino del pensamiento y de las prácticas cotidianas. Porque el mito “postula un saber, un pasado, una memoria, un orden comparativo de hechos, de ideas, de decisiones”.[4] Y es que el sentido del mito contiene un sistema de valores, es una reserva de riqueza, cuya forma es necesario “que pueda volver a echar raíces en el sentido y alimentarse naturalmente de él”.[5] De allí su permanencia, atavismo e inmortalidad.
El concepto del vampiro literario es a la vez histórico (determinado) y a la vez intencional (su forma abstracta fue envestida por medio de una escritura artística e ideológica): la creencia en el vampirismo constituye la pulsión misma de ese móvil, y se ubica siempre en situación. A través de su concepto se implanta en la historia y la modifica (¿la pervierte?) con su conocimiento de lo real, que implanta como realidad misma. Mas su conocimiento es confuso, está difuminado por los símbolos y los signos con los que convive, tiene un carácter abierto; no se trata de una esencia abstracta, sino de una “condensación inestable, nebulosa, cuya utilidad y coherencia dependen sobre todo de la función”. Y esta función no ha sido la misma desde que el vampiro llegó a la literatura: su concepto se define como una tendencia.[6]
La insistencia de una conducta es la que muestra su intención.[7] Mas la misma esencia metafórica del vampiro literario impide la fosilización de esa intensión, y le hace extender su campo significante. No puede tener fijeza. Un mito puede hacerse, alterarse, deshacerse y… desaparecer completamente. Pero ya vimos lo importante que ha sido el vampiro para las culturas desde el inicio de la historia y probablemente desde antes. La historia misma ha sido benevolente con este mito. La humanidad se ha apropiado de él como un tesoro de conocimientos.
Para leer un mito es necesario nombrar sus conceptos, mismos que son con mayor frecuencia efímeros, ligados contingencias limitadas.[8] Mas el vampiro literario, como forma, está ávido de adaptarse a nuevas realidades históricas, a nuevos modos culturales, para interpretarlos, criticarlos y oponerse a ellos (la función del mito es deformante[9]), y así cumplir su naturaleza, porque “la significación del mito es el mito mismo”.[10] El mito es un valor. Y su sanción no consiste en ser verdadera. “Nada le impide ser una coartada perpetua.”[11] Los hombres no están respecto al mito en una relación de verdad, sino de uso.[12]
El mito literario del vampiro es también una fuerza irracional, que busca a sus lectores para obligarlos “a reconocer el cuerpo de intenciones que lo ha motivado, está allí dispuesto como una señal de la historia individual, como una confidencia y una complicidad”.[13] Y su significación será motivada, nunca completamente arbitraria: contendrá fatalmente una dosis de analogía. “El mito es demasiado rico y lo que tiene de exceso es precisamente su motivación”.[14] En el caso del vampiro literario, es particularmente una forma cargada de visiones, una forma saturada de otros conceptos cuya fuente es la historia mirando a la naturaleza que trabaja mejor con la ayuda de formas incompletas: su riqueza significativa estriba en ser al mismo tiempo una caricatura, una imitación y un símbolo.
Su significación mítica es un ideograma: “un sistema ideográfico
puro en el que las formas están todavía motivadas por el concepto que representan,
aunque no recubre ni mucho menos la totalidad representativa”.[15] Y
este ideograma resulta ser una parodia negativa de la creación suprema de Dios:
el hombre. No miente ni pregona: es a lo sumo una inflexión. El mito trasforma
la historia en naturaleza.[16] Es presumible que sus
acciones sean más fuertes que la racionalización que lo desmiente a posteriori. El mito es una palabra
inocente, no porque sus intenciones sean ocultas (si así fuera no serían
eficaces[17]) si
no porque están embestidas de naturaleza. La misma lengua se presta a tal
mitificación, por ello la palabra vampiro ha aceptado históricamente una
elasticidad conceptual. El vampiro es un sistema muy complejo de valores.
[1] Barthes, Roland (1991): Mitologías. Siglo XXI: México.
[2] Ibídem, p. 205
[3] Ibídem, p. 209
[4] Ídem
[5] Ibídem, p. 210
[6] Ibídem, p. 211
[7] Ibídem, p. 212
[8] Ídem
[9] Ibídem, p. 213
[10] Ídem
[11] Ibídem, p. 215
[12] Ibídem, p. 240
[13] Ibídem, p. 217
[14] Ibídem, p. 219
[15] Ibídem, p. 220
[16] Ibídem, p. 223
[17] Ibídem, p. 225