Actualmente el Día de Muertos es una de las fechas más emblemáticas de nuestra identidad. Además de celebrarse en México, se hace en menor grado en Centroamérica y en muchas comunidades con gran población de origen mexicano en Estados Unidos, como Los Ángeles. En 2008, esta celebración fue declarada por la Unesco como Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.

Esta fecha tiene sentidos tanto solemnes como festivos. No tiene una forma única, sino que cada grupo humano y cada individuo la particulariza en un país multicultural. Se cree que en este día el alma de los difuntos vuelve y convive con los vivos, por lo que se le hacen ofrendas caseras con los alimentos favoritos del muerto, sal, alcohol, agua, fruta y flores en un tradicional Altar de Muertos. Éste tiene diferentes niveles según las usanzas, que representan el cielo, la tierra y el inframundo, o bien, los integrantes de la Santísima Trinidad; pero también hay altares de siete niveles que representan los siete pecados del cristianismo.

En los últimos años se ha popularizado la “Catrina”, personaje del artista mexicano José Guadalupe Posada, que se ha vuelto un ícono con proyección internacional. Existe también la polémica influencia mediática del Halloween, celebración de origen anglo, celebrado el 31 de octubre, principalmente por niños.

Todos estos elementos en su conjunto hacen que para los mexicanos de la actualidad el Día de Muertos sea una celebración especial, única en el mundo, de asueto, en la que los muertos no son una ausencia, sino figuras amadas que irrumpen en la vida cotidiana. Vivas de algún modo. Mientras nosotros, sin remedio, morimos un poco más.