Al llegar los españoles a México, en el siglo XVI, trajeron sus propias tradiciones en torno al culto a los muertos, desde una visión religiosa católica. En España se celebran, hasta nuestros días, el Día de Todos los Santos, el 1 de noviembre; y el del Día de los Fieles Difuntos, al día siguiente. En este último, se recuerda a todos los que han muerto en este mundo, pero que aún no están en el Cielo pues están purgando sus pecados realizados en vida. Por ello, los creyentes ofrecen oraciones para que sus muertos cumplan su purga y pueden acceder a la gracia divina. También se ofrece una misa oficial. Ambas celebraciones consecutivas fueron practicadas por los criollos en el México del periodo colonial.

Luego de la conquista espiritual de los pueblos mesoamericanos, se dio un particular sincretismo entre ambas culturas y se hizo coincidir estas celebraciones católicas con las tradiciones prehispánicas, dando origen el Día de Muertos, celebrado entre el 1 y 2 de noviembre.

Para que esta evolución se diera, fueron necesarios algunos factores como el hecho de que hubiese epidemias durante estos siglos en la Nueva España, lo que llevó a la creación de muchos cementerios fuera de las ciudades y a la participación del gobierno en los entierros. Para la segunda mitad del siglo XIX, ya se estaba consolidando la costumbre de visitar los panteones estos días para adornar las tumbas: los ricos lo hacían por las mañanas, los pobres por la tarde, vistiendo de negro.

Sin embargo, en la provincia indígena, se seguían y siguen conservando tradiciones ancestrales. Tal es el caso del Xantolo o fiesta de las animas en la Huasteca, en la que se recogen también las cosechas. La celebración implica grandes preparativos. Va del 28 de octubre al 3 de noviembre. Actualmente se han incorporado a ella rasgos de otras culturas y puede haber cohetes, bailes al ritmo del son y luces.