Lentamente en el ocaso de nuestros días
se extinguen todas las contadas dichas.
Temprano nuestros sentidos aprenden
el refinado arte del delirio. Vano es no atender los signos:
la niebla de la sed deforma el horizonte;
rosado, el cielo, eleva el agua en partículas incontables.
El principio del final de todo resplandece, calmoso,
como la lívida aura de las estrellas blancas.

No temas a nuestro destino,
tan sólo somos dos seres perdidos en el caos de la existencia.
Entrégate al cielo de mi último vuelo.
No te importe sentirte frágil.
Rompamos el aire con nuestras últimas fuerzas.
Somos aves; natural es que volemos.

No te importe el hambre y la fatiga.
Tampoco te importe el futuro que se cierra
como una mano esforzada en nuestras gargantas.
Yo he de alargar tu vida con la mía.

Sí; de mi carne haré tu alimento, y, amoroso y decidido,
haré mi sangre escurrir por tu garganta estrechada.
Redimiré el cansancio.
Será la mortal hemorragia
paternal fuente nutriendo tus venas.

No te importe el sabor mineral
al que nuestra especie no está acostumbrada.
Comulga mi entero regalo de amor, a tu hora;
que yo viviré en ti palpitando como una íntima música.
Y en tu pecho he de llamarme impulso,
en tus alas fuerza, en tus ojos forma
y en tu tiempo vida.

Y en tus días a solas me sentirás en la luz
y me reconocerás en lo animado.