Cada noche zurzo los harapos de mis alas
–aquellas que no me harán volar–,
recojo mis memorias inconclusas,
mi juventud rota y dispersa,
y cuento y recuento con creciente angustia
las últimas cerillas de mi vida, los últimos días del calendario
para cumplir una promesa de once varas.
¿Cómo he de continuar
si el piso de desliza al presentir mis pasos
y cada puerta se aleja cuando llamo?
No sé si al andar esta vereda hacia el derrumbe,
hacia el inapelable borde precipicio,
no confundo con una distancia más hueca mi camino.
Me remuerde mi palabra, mi lazo al mundo que no amo,
mi estigma de arena, polvo y agua turbia
con lo que no podré levantar un pilar.
Lloro por lo que no tendré nunca:
el cimiento fuerte de una casa,
el pájaro de la vida asintiendo en la jaula de mi pecho,
quedándose ya por el resto
de lo que debió haber sido…