El vampiro literario es un mito burgués que niega los valores típicos de la misma burguesía. En su irrupción en el mundo de la cultura, el vampiro literario fue una vanguardia si vanguardia es, como lo piensa Barthes, una rebelión contra la ideología burguesa. Dicho mito literario provino de un sector minoritario de artistas e intelectuales sin otro público que la clase burguesa que ellos mismos impugnaban y de la que dependían económicamente. Allí es visible el diabolismo del vampiro literario[1]: el vampiro literario actuaba como un corruptor de ciertas ideas capitales de la burguesía, desde su mismo seno: la ponía en crisis y desestabilizaba a partir de la acción de una imaginación combativa. Esta crítica es, en mi opinión, una humanización: el vampiro no está alienado, ni acepta por naturaleza las alienaciones. Entendemos que los escritores burgueses que dieron forma al mito literario se sentían hastiados de la moral y los valores que heredaron.

            El vampiro literario en su síntesis de valores contrarios organizó un mundo sin contradicciones, al unificar valores opuestos en una misma figura monstruosa humanizada. El vampiro suprime la dialéctica entre la vida y la muerte, congelándose en la tensión de la ambigüedad. El vampiro emerge como un diabolismo con intenciones políticas. Más su politización no pudo durar: el mito se naturaliza. Y es que, en opinión de Barthes, la revolución excluye al mito. Y, si a decir del mismo Barthes, sí hay mitos en la izquierda en la medida en que la izquierda no es la revolución, yo opino que el mito del vampiro literario fue un mito de extrema izquierda, un mito radical contra la burguesía, la razón, la moral, la fe,[2] porque “la mitología intenta encontrar, bajo las formas inocentes de relación más ingenuas, la profunda alienación que esas formas inocentes tratan de hacer pasar inadvertidas”.[3] Esta radicalización política, intencional, del mito literario, en momentos históricos opuestos a la razón hegemónica de Occidente, contenía una especie de revolución, vivida sólo adentro de la letra: la estética invertida y la moral más trasgresora fueron puestas en práctica por un monstruo fantástico: así la revolución se llevó a cabo en la  imaginación, al margen de la sociedad y la realidad, encubierta, para ser vivida sólo a través del mundo interior o la representación. Y en realidad, esta subversión, esta insumisión contra los valores hegemónicos no se ubicaron nunca en una izquierda social como tal, pues permaneció anclada a la imaginación burguesa: por algo el mito literario del vampiro en su forma más refinada, aun con todas sus formas de recambio, exhibe elementos aristocráticos. No, no nace como un mito de izquierda (jamás la literatura vampírica fue panfletaria, nunca perdió la elegancia de las literaturas no comprometidas): fue un producto de la vanguardia, tan burgués y finalmente tan individualista que, liberado ya de su opresión moral, y convertido en un atroz devorador sin piedad, se convertirá en metáfora del explotador y del capitalismo cruel.  

            Del modo anterior, el mito vampírico literario ha pasado en últimos tiempos a ser un mito conservador, identificado plenamente con la derecha, habiendo sido confiscado aquello lo hacía transgresor, asimilado por cultura popular mediática más vulgar, los espectáculos enajenantes y los objetos de entretenimiento mercantil. Así comprobamos que el vampiro literario es finalmente una palabra multiforme, “dispone de todos los grados de dignidad: tiene la exclusividad del metalenguaje”;[4] su habla es plenaria, gestual, teatral: es mito. Como tal, y según hemos visto, es obvio que representa la búsqueda anhelante de placer, de poder, de dominación y control.

            Si, como dice Barthes, un mito madura porque se extiende,[5] el mito literario del vampiro está en plena madurez: se le encuentra actualmente en todos los espacios sociales, tanto valorado como un importante ícono del arte como desprestigiado en forma de figurilla de consumo implantada por el mercado. Y es que, según Barthes, “los mitos no son otra cosa que una demanda incesante, infatigable, una exigencia insidiosa e inflexible de que los hombres se reconozcan en esa imagen eterna”[6]: “la mitología participa de una manera de hacer el mundo”,[7] “es un acuerdo con el mundo, pero no con el mundo tal como es, sino tal como quiere hacerse”.[8] Para tratar de entender la importancia de este mito para la colectividad es necesario aislarse un poco de ella, con tal de que no nos engañe su misterio, su nebulosidad, su ambigüedad, pues “cualquier mito es ambiguo pues representa a la humanidad; aun la humanidad de aquellos que, al no tener nada, lo toman como suyo.[9]


[1] El vocablo griego διάβολος diabolos “se relaciona con on διὰβολή, diabolé, que significa desavenencia, desacuerdo. (…) Originariamente se refería a la postura que, en los procesos judiciales, en los tribunales, mantenía quien ponía en duda la afirmación de la otra parte, al que se le llama diabolos, διάβολος. (…) Posteriormente, “en el contexto cristiano el diablo era el que introducía división y distanciamiento con la verdad de Dios y por tanto era el enemigo de Dios.” Consultado en: http://es.antiquitatem.com/simbolo-diablo-demonio-daemonium[consultado el 14 de abril de 2014]

[2]             Recordemos que la izquierda está asociada en el pensamiento occidental con lo siniestro y la anarquía. El mundo fue hecho por la mano diestra de Dios. A su izquierda, en el pensamiento figurativo religioso, se ubica Satán, el oponente de Dios y Príncipe de Este Mundo. A su derecha se ubica Cristo, su hijo.

[3] Barthes, R.: Op. cit, p. 254

[4] Ibídem, p. 245

[5] Ibídem, p. 233

[6] Ibídem, p. 252 y 253

[7] Ibídem, p. 233

[8] Ibídem, p 253

[9] Ídem