A través de la contemplación de las generalidades del mito vampírico hemos comprobado su sorprendente universalidad, así como, por medio del análisis de las recientes creaciones literarias en nuestro contexto mexicano reciente, que posee una actualidad vigorosa, lo que por sí mismo justifica el interés en él y la pertinencia de su estudio como producto cultural y artístico.

El vampiro tiene esta importancia porque en la interpretación de la existencia del hombre la conciencia de la muerte, sobre la que el vampiro finca su ontología, es probablemente la fuerza más poderosa, en tanto es finalmente la representación de la nada, siendo el símbolo temible de la certeza de la transitoriedad de la vida. Por ello es una constante en las religiones y las culturas el deseo de trascendencia e inmortalidad: todas las religiones parecen haber traído el mensaje al hombre de la victoria de la vida sobre la muerte. Así, la elaboración de la idea de la inmortalidad, uno de los temas relacionados con el vampiro, aparece siempre como la negación ante la conciencia traumática de la muerte.[1] En todas las culturas verificamos de este modo la existencia de un ánima o ser que continúa viviendo después de la muerte, o bien, que renace en una nueva forma de vida.

El ser mortal tiene como vehículo de su energía la sangre. Esto nos explica el papel central de ésta en numerosas creencias, mitos, ritos y ceremonias mágico-religiosas y su importancia también en la tradición oral y la literatura. Si perder la sangre significa morir, quien toma la sangre de otro se cree que adquiere su energía  y aun su vida: sobre esta creencia elemental y universal se edifica también el vampiro, que como vimos es acaso uno de los mitos más poderosos de siempre. ¿Qué monstruo podría ser tan familiar a la humanidad como un vampiro que nos chupa la sangre y nos roba la vida?


[1] Morin, Edgar (1974): El hombre y la muerte. Kairós: Barcelona, p, 62

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