Imposible desentenderte de esa presencia que
–a veces más– se espejea en sombras y luces de tu cara,
de su cuerpo cuyos nervios conectan a ambos por electricidad.
Desde que lo has visto es tu dolor,
los brazos en los que buscarás mecer tu abandono;
tu culpa; tu sacrificio inútil
y lo demás…

¡Y olvidas
que tu simple vivir casi le impide respirar!

Hermanastro arrebatándote el bocado del maná
–esa dádiva tan precariamente dispensada por los dioses–,
enrareciendo el aire con su voz,
trastornando la realidad a su favor,
es más pequeño o más grande que tú,

pero es igualmente letal.