No es de río ni de mar el delta
donde las garzas presumen su pulcra esbeltez,
siempre atentas a irse achicando en el paisaje,
y la espuma –ese belfo de potro indomable–
se asoma sobre aguas violentas,
construye instantáneos, fantasmagóricos castillos.
Donde el movimiento perpetuo aniquila la tranquilidad
de las aguas separadas por la sal de su naturaleza.
¡Cómo se nos llenan los oídos
de su música atroz de remolino hipnótico!
Cada uno, mar y río, con su cuerpo ajeno, monstruoso,
llenado de una misma sustancia que les confiere
voluptuosidad estruendosa de bestia terrestre renegada,
se encuentra en un nudo de rechazos y de bramas:
se embrazan, se dan de sí, se penetran,
como dos meteoros que chocan destruyéndose,
como los amantes en el sexo.