El enorme espejo era turbio, quebrado;
y una rosa pálida, como quien siente vergüenza
moría en su reflejo.

Descubierto y empolvado estaba el piano,
dentro de la vieja habitación en ruinas.
Del balcón –donde otras flores palidecían– las ventanas
estaban abiertas. Y en las cortinas de fina gasa
se deslizaba, ligero, un vientecillo frío.

Afuera, el cielo de la tarde era rosado.
Y sobre los árboles de otoño
todas las aves entonaban dolientes canciones.