El colapso de la civilización moderna está determinado por el funcionamiento de la red eléctrica. Para que El señor de las moscas se haga presente, basta con que un apagón (tan frecuentes en los países subdesarrollados) dure lo suficiente y entonces todo el confort electrónico del siglo XXI será tan útil como una piedra.
Por supuesto, lo anterior obedece a la perspectiva de una citadino con el instinto castrado por la comodidad y por las recompensas inmediatas. Gran parte del globo vive hoy en día sin acceso al suministro eléctrico y lo más interesante del asunto es que esto no sólo ocurre en los países africanos o en las comunidades rurales de América, sino que en las mismas naciones de primer mundo y en grandes ciudades como lo es la Ciudad de México, la pobreza, inevitable acompañante de la globalización, obliga para bien o para mal, a vivir al margen de los desarrollos tecnológicos más esenciales.
El desarrollo de la autonomía en los dispositivos electrónicos, sumado a la potencia de los nuevos procesadores para equipos portátiles, ha generado una dependencia casi total de un solo dispositivo: el celular. Por supuesto, la materia prima que da vida a esta simbiosis hombre-celular es la energía eléctrica. Un apagón tiende a frenar las actividades productivas para dar paso a una sensación generalizada de vacío. La mayor parte de los seres modernos se sienten pasmados ante la imposibilidad de utilizar una computadora, un celular, o una tableta. De forma generalizada, la mente es anestesiada por el exceso de información chatarra que bombardea constantemente los sentidos, por lo que al apagarse este bombardeo, el ser humano queda expuesto frente a su propia imaginación.
Pocas veces se está preparado para enfrentar un apagón eléctrico. Los ingenuos videntes apocalípticos del libro y otros instrumentos milenarios de entretenimiento y conocimiento, jamás han tomado en cuenta los costos de la excesiva producción de electricidad en el mundo; o que la crisis económica global impide una total dependencia de la energía eléctrica y por tanto, de la tecnología. De tal forma que es posible aprender de un problema tan constante de los países en desarrollo, pues un apagón puede ser concebido como una oportunidad para ejercitar la mente y la imaginación.
La falta de luz eléctrica suele considerarse un acontecimiento fatídico. Nos aterra perder todo contacto con la electrónica para sucumbir ante el aburrimiento debido a nuestra imposibilidad de diversificar nuestra atención en el mundo que habita fuera de una pantalla o de unos audífonos.
Dejando de lado la perspectiva pesimista, la falta de energía eléctrica orilla a las personas a redescubrir el mundo en su intento por no perder la cordura inmersos en la oscuridad. Los juegos de mesa, las charlas frente a frente, suelen ser constantes en situaciones de apagón y el silencio electrónico. Aun así, en el primer instante en que vuelve a retumbar una bombilla o la luz de carga de una laptop, todo lo anterior vuelve a quedar en segundo plano para retomar la solitaria y existencial vida contemporánea.
La luz eléctrica tiene el poder de recordarnos que alguna vez fuimos sólo nosotros y nuestra mente.