La lluvia nos obliga a retraernos, a cobijarnos. Una buena tarde de lluvia se disfruta con un libro, música y un café (o la bebida que más le apetezca) y si de libros hablamos ¿qué tal Cien años de soledad? Un recorrido por Macondo y sus eternos días de lluvia “cuatro años, once meses y dos días”, sentarnos con Aureliano, Úrsula, Mauricio, Amaranta, Melquiades y todos sus personajes hasta que escampe mientras revolotean mariposas amarillas alrededor. El tema de la lluvia no es privativo de este libro, ya que García Márquez repite este leit motiv en El Coronel no tiene quien le escriba donde la lluvia caía despacio pero sin pausa o en La Mala hora con sus aguaceros que pese a su abundancia no alcanzaban a borrar la tinta de los pasquines. Eso sí, que el café sea colombiano, caliente y aromático para resistir el aguacero.
Nadie como Ray Bradbury para hacernos sentir literalmente con el agua al cuello, en su cuento La larga lluvia nos lleva a recorrer un planeta en el que la lluvia que “… era una lluvia de ahogar todas las lluvias y la memoria de las lluvias” pone en riesgo la sobrevivencia de los personajes y la cordura del lector. Aquí la recomendación es un buen chocolate como el que buscaba el teniente en la soñada “bóveda solar”
La lluvia es también inspiración poética y para muestra unos versos de Borges:
Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.
O de García Lorca
La lluvia tiene un vago secreto de ternura,
Algo de soñolencia resignada y amable,
Una música amable se despierta con ella
Que hace vibrar el alma dormida del paisaje.
Goza de la lluvia en la tibieza de tu sitio favorito, deja que las letras refresquen tu verano.
Autor: Queta Simental