Por lo general, los textos latinoamericanos que tratan sobre historias de vampiros en el siglo XIX se sitúan en lugares geográficos exóticos como una manera de resguardo de algún posible impacto negativo que pudieran tener en la crítica local.[1]

            En Perú la narrativa de vampiros tiene una tradición saludable desde el modernismo: será la asimilación del Romanticismo en este país la responsable de que el vampiro entre paulatinamente a las letras nacionales, gracias a autores que son fundacionales. “Vampiras” (1913) de Clemente Palma y “La virgen de cera” (1910) de Abraham Valdelomar abren el ciclo. De acuerdo con Elton Honores, un segundo punto de inflexión se produce en la década de 1950 y supone algunos intentos de reformulación de la temática sin que ésta pierda su esencia original dada por lo usos de la novela gótica, lo que alimentó un tratamiento más canónico originalmente. Así, esta generación optará por visiones más paródicas y humorísticas.[2] Finalmente en la década de los noventas, de acuerdo conl mismo Honores, la tradición nacional retorna a una figura del vampiro en su imagen trágica y maldita no exenta de ciertas “poses” o imposturas que han terminado convirtiendo al vampiro en un adorno para escritores vulgares. Se inicia, de cualquier modo, una recuperación de usos más tradicionales gracias a autores que saben unir lo antiguo con lo contemporáneo; ésta “toma en cuenta como fuentes de inspiración las referencias a la cultura de masas o bien la tensión entre la modernidad y el pasado ancestral que se resiste a morir, representado por el vampiro y su mundo, que invade la realidad cotidiana hasta amenazarla.”[3] Algunos autores: Carlos Calderón Fajardo con El viaje que nunca termina (1993); Fernando Iwasaki con Ajuar funerario (2004) y José Donaire Hoefken con Doble de vampiro (2012)

            Uno de los autores latinoamericanos en el que el vampiro es un tema de interés muy importante es Julio Cortázar, quien tuvo múltiples y profundos escarceos con el mito del vampiro. “No es raro que un ser trasgresor por naturaleza haya inspirado a Cortázar, perseguidor de lo extraño”, comenta Leticia Romero Chumacero, ya que al parecer “observó con justicia que en las entrañas latinas de la palaba monstruo se halla la idea de mostrar, de distinguir, de revelar.” De esta manera en 1945 publica en su libro de cuentos La otra orilla “El hijo del vampiro”, cuento de un vampiro muerto en 1060, cuyo escenario es el habitual de las narraciones góticas y que tiene elementos típicos del decadentismo y el modernismo. En él el protagonista se enamora de su presa, castellana y virginal, a quien viola mientras bebe su sangre. Nueve meses más tarde vuelve al lugar y atestigua una grotesca metamorfosis; en su lecho, la madre debía dar a luz al primogénito del vampiro, pero su cuerpo se trasforma lenta y grotescamente en ese hijo (el bebé que se gesta en su interior le estaba chupando la sangre hasta el día del inusual parto). Pero Cortázar fue también un notable crítico y lector de la narrativa de vampiros. De hecho, según Ignacio Sólares, Cortázar no consideraba al vampiro simplemente un mito, sino que “creía en ellos absolutamente”.[4] En su gran interés por el tema de los vampiros dentro y fuera de la literatura, reconoce que en “Ligeia” de Edgar Allan Poe hay un tipo de “vampirismo intelectual” o escribe un “Soneto gótico”  (contenido en la serie “Tres sonetos eróticos” para su libro Salvo el crepúsculo de 1984, en el que la voz lírica es de Drácula interpelando a Ligeia). En su ensayo “Paseo entre jaulas” de su libro Territorios (1978) alude a películas de temas vampíricos, incluyendo Vampyr de Carl Theodor Dreyer, a la que califica como “la mejor del género”. Y también se sabe que leyó a Anne Rice, la autora estadounidense de novelas vampíricas más importante del siglo XX.[5] El vampiro es igualmente un motivo de su cuento “Reunión con un círculo rojo”, donde el autor estaría ficcionalizando algunas experiencias de supuesto vampirismo que él mismo habría vivido.[6] En la novela 62. Modelo para armar (1968)  se intuye la figura del vampiro detrás de la narración tanto en el escenario como en la actitud de los personajes; y, aunque nunca menciona la palabra vampiro”, bastaría recordar la experiencia autobiográfica que el mismo Cortázar hizo pública como origen del cuento: “Entré en ese restaurante y tuve miedo porque llegué a la convicción absoluta de que allí había vampiros”.[7] No obstante, por lo menos, hay una escena en la novela que recuerda claramente al vampirismo: “Los labios de Frau Marta se habían apoyado en la garganta de la chica inglesa, y la huella de la consumación se adivinaba apenas como dos mínimos puntos morados confundibles con dos lunares, una nimiedad para la que desde luego no cabía el escándalo.”[8] El vampirismo podría ser un tema más extendido en la obra de Cortázar de lo que se cree si atendemos la interpretación de Ana María Hernández, quien opina que existe un cierto vampirismo subrepticio en Rayuela (1963), representando sobre todo por el personaje de Oliveria.[9] Esto sin considerar la obra Fantomas y los vampiros multinacionales (1975) a la que haremos referencia en el siguiente apartado por ilustrar el uso particular del vampiro como metaforización del opresor social.

En el Yo supremo (1974), novela de Augusto Roa Bastos, la ficcionalizacion de la vida del dictador paraguayo José Gaspar Rodríguez de Francia consigue una narración en que las fuentes históricas, literarias y mitológicas se confunden creando un personaje sobrenatural que, de acuerdo a Carmen Serrano, mantiene una “sutil pero firme” relación aún no explorada con la imagen del vampiro.[10]

En Colombia, contemporáneamente, se siguen produciendo narraciones de vampiros. Crónicas de vampiros (1997) de Fernando Romero Loaiza está compuesta por 35 relatos breves, todos protagonizados por un vampiro. Un primer grupo de relatos muestran al vampiro como un ser frágil, falible y a ratos risible: se le ridiculiza, sufre accidentes y es victimizado; otro grupo lo muestra como un ser angustiado y marginal, víctima de la opresión de diferentes modos; otro grupo muestra vampiros tocados por el amor; otro grupo lo muestra como un ser libre, contestatario, que da rienda al deseo en sí mismo y que es epítome de la modernidad, un héroe solitario y contracultural; un quinto y último grupo lo muestra mezclado a mitos o momentos de la historia colombiana y latinoamericana, dedicándose a reproducir rasgos estereotipados de los medios de comunicación masiva del último siglo.[11] Los ojos de la noche de Andrés García Londoño es un cuento inserto en el libro Relatos híbridos (2009); allí la representación del vampiro introduce algunas interesantes variaciones respecto a la imagen más clásica: el ser de la noche obsesionado con la sangre, con un olfato hiperdesarrolado, asexuado y sensible a la luz del sol, puede envejecer y se cuida de los humanos, ya que, si bien es más fuerte que ellos, puede morir de un balazo. Y aunque al principio el vampiro de este cuento ve a los humanos como mero alimento, posteriormente acaba desarrollando sentimientos éticos ante ellos; de este modo se autoimpone algunas reglas para dañar lo menos posible a la especie humana y también se resigna a vivir en soledad su condición sin trasmitir a nadie el vampirismo.[12]


[1] Ídem

[2] Güich Rodríguez, José (2013): “Vampiros Marca Perú” [en línea] en Pasavento No. 1. Universidad de Alcalá: Alcalá, pp. 48 y 49. Disponible en: http://www.pasavento.com/pdf/vampiros_marca_peru.pdf

[consultado el 9 de mayo de 2016]

[3] Ibídem, p. 48-50

[4] Solares, Ignacio (2014): “Cortázar y el Mal” [en línea] en Revista de la Universidad de México No. 128. Universidad Autónoma de México: México, octubre. Disponible en: http://www.revistadelauniversidad.unam.mx/articulo.php?publicacion=782&art=16362&sec=Homenaje%20a%20Cort%C3%A1zar [consultado el 15 de mayo de 2016]

[5] Romero Chumacero, Leticia (2010): “Torvo, inspirador aleteo: Julio Cortázar y sus vampiros” [en línea] en Ogigia: Revista electrónica de estudios hispánicos No. 7. Valladolid, p. 24 y 25. Disponible en: https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=3123734 [consultado el 15 de mayo de 2016

[6] Ídem

[7] Ídem

[8] Citado en: Ídem

[9] Cfr.: Hernández, Ana María (1979): “Camaleonismo y vampirismo en la poética de Julio Cortázar” [en línea] en Revista Iberoamericana No. 108-109. University of Pittsburg: Pittsburg, p. 490. Disponible en: http://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/view/3392/3571

[consultado el 15 de mayo de 2016]

[10] Serrano, Carmen (2010): “El vampiro en el espejo: Elementos góticos en el Yo supremo” [en línea] en Revista Iberoamericana No. 232-233. University of Pittsburgh: Pittsburgh, p. 899. Disponible en: http://revista-iberoamericana.pitt.edu/ojs/index.php/Iberoamericana/article/viewFile/6759/6933

[consultado el 15 de mayo de 2016]

[11] Burgos López, Campo Ricardo (2014): “Unos cuantos vampiros colombianos”

[en línea]

en Estudios de literatura colombiana No. 34. Universidad de Antioquia, Antioquia, p. 105-107. Disponible en: http://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=4765600

[consultado el 15 de mayo de 2016]

[12] Ibídem, pp. 107 y 108