Este pueblo tampoco celebra un día especial dedicado a los muertos como tal; pero sí tienen, aún en la actualidad, una ceremonia en la cual inician o favorecen la transición de una persona que acaba de morir.

Los huicholes mantienen fuertes lazos con el cosmos y todo lo que hay en él, por medio del uso ritual del peyote, dios sol, dios venado, engendrador de las visiones místicas de la vida y la muerte, asumida ésta como una purificación, y representada en forma de símbolos que trascienden lo material y reúnen lo sagrado con lo profano. Por otro lado, comparten con otros pueblos mesoamericanos la idea de un camino al más allá difícil y lleno de obstáculos y pruebas. Este viaje consta para ellos de cinco niveles.

Mantienen un culto de los antepasados, que pueden llegar a ser considerados, con el tiempo, semidivinidades. Los dioses, por su parte, son vividos como ancestros. Tienen nombres como “madre Agua”, “padre Sol”, “abuelo Fuego”, etc. La muerte es por ello un lazo cósmico familiar; y se representa simbólicamente en mitos e imágenes del arte, el cual ha cobrado cada vez más valor social en el México contemporáneo. Las familias tienen en sus casas un espacio sagrado llamado ririki donde guardan los objetos rituales asociados a sus muertos y dioses.

Para ellos, la muerte hace que el alma abandone el cuerpo y se pose en forma de aire o nube sobre su cabeza. Los cadáveres son considerados intocables, aunque sagrados, y se mantienen fuera de contacto con los vivos. Después de llorarle al muerto, se despiden de él. Sin embargo, no se olvidan de un muerto querido. Lo mantienen en la memoria y acuden a su rikiki a darles adoración o a comunicarse con ellos a lo largo de la vida.