Para Bataille el erotismo es una trasgresión que supone la superación de la discontinuidad del ser.[1] Ese movimiento nos recuerda sin cesar a la muerte, que se propone como una verdad más evidente que la vida. Por eso, para él el erotismo tiene siempre algo de siniestro, actuando siempre en el sentido de un egoísmo cínico.[2] Este aspecto del erotismo está ampliamente difundido en el mito del vampiro literario: el vampiro, a través del erotismo, termina de vencer su muerte y se entrega al placer más expansivo que conoce el ser humano, que, a decir del mismo autor, tiene vínculos con lo divino y lo sagrado.
Bataille nos dice que en la disolución de los seres en el erotismo a la parte masculina le corresponde en principio un papel activo, siendo la femenina la parte pasiva y la que es disuelta como ser constituido.[3] En la literatura vampírica, cuando hemos asistido a la elaboración de la vampira como femme fatal, estos roles pueden intercambiarse con facilidad, pues son en este caso las mujeres las que asumen un papel agresivo, dominante y activo durante la seducción y los actos eróticos que lo vampiros llevan a cabo con sus víctimas humanas. Así el vampiro, como crítico de las categorías generales humanas, supone la desestabilización de conceptos clásicos que se relacionan con lo humano. Se trata de un erotismo que es cuestionamiento del ser y fundamento de una interioridad particular, fundada en lo inconsciente, el mito y la aspiración religiosa; fundamento que ni la ciencia ni la filosofía pueden proveer según Bataille.[4] Este erotismo, como el que Bataille estudia, se asienta en una sensibilidad religiosa que vincula siempre el deseo con el pavor y el placer intenso con la angustia.[5]
Pero esta trasgresión a la constitución de los seres aislados mediante el erotismo no es para Bataille un retorno a la naturaleza. Para él el erotismo levanta la prohibición sin suprimirla, escondiéndose allí su impulso motor.[6] Entonces, es una creación humana, que en este caso se plasma y objetiva a través de la literatura.
En cuanto a la violencia del erotismo del vampiro, ésta se justifica en la violencia de la misma naturaleza:
Con su actividad, el hombre edificó un mundo racional, pero sigue subsistiendo en él un fondo de violencia. La naturaleza misma es violenta, y por más razonables que seamos ahora, puede volver a dominarnos una violencia que ya no es la natural, sino la de un ser razonable que intentó obedecer, pero que sucumbe al impulso que en sí mismo no puede reducir a la razón.
Hay en la naturaleza, y subsiste en el hombre, un impulso que siempre excede los límites que sólo en parte puede ser reducido. Por regla general, no podemos dar cuenta de ese impulso. Es incluso aquello de lo que, por definición, nunca nadie dará cuenta; pero sensiblemente vivimos en su poder. El universo que nos porta no responde a ningún fin que la razón limite (…)[7]
En su mostración de perversidad y crueldad, la violencia
del vampiro en la literatura es objetivación de la naturaleza irracional
humana, así como exploración y proyección de sus tendencias agresivas por medio
de la creación fantástica. El vampiro literario funciona como una válvula de
escape que canaliza las ansiedades violentas de ciertas subjetividades,
poniendo en juego los instintos sádicos reprimidos del hombre, ya que, según
Bataille, el deseo de matar se mantiene entre la gente considerada normal, lo
mismo que el deseo sexual.[8]
El vampiro literario alienta la morbosidad y la escatología en aras de una
estética por sí misma trasgresora, así como de la inquisición de nuestros
conceptos sobre la realidad natural de lo humano.
[1] Bataille, Georges (1997): El erotismo. Tusquets: México, p. 20
[2] Ibídem, p. 24
[3] Ibídem, p. 22
[4] Ibídem, p. 37
[5] Ibídem, p. 43
[6] Ibídem, p. 40
[7] Ibídem, p. 44
[8] Ibídem, p. 76