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El toque de su mano trae a mí gratos recuerdos de la niñez, cuando cruzábamos en bicicleta el pueblo y nos perdíamos por los callejones donde aprendimos a pelear. Apoyadas mis manos en sus manos, podía saber que, si nos perdíamos, juntos encontraríamos el camino de regreso al hogar. Esas manos, atentas y afectuosas, forjadas en la más viril experiencia, estrujan mis ansias, mis sentidos. Sus manos son duras hojas de maple, de bellos contornos, en los que se ha instalado la perfección para habitar en este mundo. Allí la sensualidad, el orden y la suntuosidad cohabitan compartiendo amablemente el espacio. Quisiera que sus manos me soben; que innumerables me aprieten y sigan cavando hondas, muy hondas memorias en mí.