Hasta donde sabemos, en todas las culturas existen figuras simbólicas que representan o encarnan al mal. Este mal es metafísico, teológico o moral. Según María Josefa Erreguerena, el mal es siempre representado como una forma arquetípica humana, misma que se trasforma en estereotipo según la formación socio-histórica,[1] como es el caso preciso del vampiro.
Pienso que el vampiro es uno de los mitos que, por excelencia, ha cumplido este papel simbólico, no sólo en la ancianidad de las civilizaciones y en el periodo literario (el romántico) en que fue un símbolo de significados excesivos, sino aún en la modernidad y en el periodo que le sigue, en el cual vivimos actualmente. Y es que el vampiro es una figura que cataliza bien las poderosas fuerzas demoniacas del inconsciente colectivo, si por demoniaco entendemos lo que el psicólogo social Rollo May.
Lo demoniaco es toda aquella función natural que tiene el poder de
arrebatar a la persona toda. Sexo y eros, cólera y furia, codicia de poder son
ejemplos. Lo demoniaco puede ser creativo o destructivo y normalmente ambas
cosas. Lo demoniaco no es una entidad, sino que se refiera una función
fundamental, arquetípica, de experiencia humana. Es una realidad existencial en
el hombre moderno y, que sepamos, en todos los hombres.[2]
El vampiro posee una naturaleza demoniaca que representa las pulsiones de la terrenalidad, de la materia alejada del espíritu, misma que no se corrompe después de la muerte. Su tendencia dionisiaca no busca lo divino, sino huye de ella y se aferra al placer supremo de la sangre y de la carne como meta inaplazable. A partir de la afirmación del mal, de lo que tradicionalmente ha sido considerado maligno y pecaminoso en la cultura cristiana occidental, presenta la hipermoral que planteaba Bataille.
Esta hipermoralidad, afianzada en el mal, tiene fundamentos en la imagen de Satán, primer ángel caído, revelado ante Dios para formar su propio imperio con otros ángeles caídos vueltos demonios, calco negativo del de su creador. En este orden de ideas, para Erreguerena el vampiro es una especie de demonio[3] con la significación que tiene de malévolo, corruptor, perverso y lascivo. Así, en esta tónica, resulta una construcción imaginaria relacionada a la lucha de poder, mismo que típicamente es manifestado como masculino (lo femenino, en el discurso de poder queda excluido y negado).[4]
El vampiro, en su satanismo, reta los preceptos de Dios: no sólo sus leyes morales, sino sus leyes naturales y divinas. El vampiro vence con su resurrección, dada por el mal, a la muerte, y con esto se rebela a la maldición de Dios para la humanidad, según la cual ésta, habiendo desobedecido sus órdenes, cayó de la gracia y obtuvo el castigo la mortalidad.
Desde le perspectiva de la teoría del mal de San Agustín, según la cual el combate contra el mal es una experiencia subjetiva y una lucha constante entre las pasiones y el deseo de Dios, el vampiro encarna la opción radical del mal, lo cual es un acto de suprema libertad.
Lo anterior nos lleva a afirmar que el vampiro es una fuerza diabólica, telúrica y que desea su liberación en una superficie humana y social, puesto que
bajo la trasparencia del consenso está la opacidad del mal, su tenacidad, su obsesión, su irreductibilidad, su energía inversa trabajando por doquier en el desarreglo de las cosas, en el exceso y la paradoja, en la extrañeza radical, en los atractores extraños y en los encadenamientos inarticulados (Baudrillard).[5]
Esta fuerza demoniaca es inherente a la humanidad misma;
y, en opinión de Jean Baudrillard, la ilusión de diferenciar entre esas fuerzas
demoniacas negativas y sus contrarias para promover una sola de ellas es
absurda.[6]
[1] Erreguerena, María Josefa (1998): “La construcción imaginaria del mal”
[en línea]
en Tramas No. 13. UAM: México, p. 201 Disponible en: http://148.206.107.15/biblioteca_digital/estadistica.php?id_host=6&tipo=ARTICULO&id=1236&archivo=6-113-1236wbx.pdf&titulo=La%20construcci%C3%B3n%20imaginaria%20del%20mal [Consultado el 1 de septiembre de 2015]
[2] Citado en: Erreguerena, María Josefa (1999): “El imaginario social y el mal” [en línea] en Anuario de investigación 1999 Vol. I. Universidad Autónoma Metropolitana: México, pp. 252 y 253. Disponible en: https://publicaciones.xoc.uam.mx/Recurso.php [Consultado el 1 de septiembre de 2015]
[3] Erreguerena, M. J. (1998): Op. cit., p. 210
[4] Ibídem, p.213
[5] Citado en: Erreguerena, M. J. (1999): Op. cit., p. 259
[6] Ídem