No basta la noche para gritar ¡no!,
para beber la asfixia quieta del ambiente
y desentrañar una,
sólo una buena razón.

Nadie tiene a nadie.
La vida no se hace repentinamente benigna.
No por decir esperanza, alegría o futuro
corrige sus leyes el mundo.
(Las miradas rodarán aún de piedra en piedra,
el horizonte seguirá fugándose,
los pájaros partirán de nuevo hacia el Sur.
Mira la alondra. ¡Ya no está!)

Recuérdalo: nadie tiene a nadie.
Cuando das la mano dices: “necesito”,
cuando besas dices: “soy frágil”;

y cuando a solas enciendes una lámpara
es únicamente para acomodar tu mano
en la hemorragia vitalicia de tu vientre.