Sigmund Freud en su obra, Tótem y tabú (1913), define al tabú como una prohibición distinta de lo puramente moral o religioso, que no emana de un mandamiento divino, sino que extrae de sí misma su propia autoridad.[1] Se supone “emanado de una especial fuerza mágica inherente a ciertos espíritus o personas.” “Las personas y las cosas tabú pueden ser comparadas a objetos que han recibido una carga eléctrica, constituyen la sede de una terrible fuerza que se comunica por el contacto y cuya descarga trae consigo las más desastrosas consecuencias.”[2] Los pueblos ignoran las razones del tabú, pero se someten a ellos, considerados como cosa natural, perfectamente convencidos de que su violación les traerá consigo un castigo.[3] Wundt dice que el tabú es el más antiguo de los códigos de la humanidad, y lo supone anterior a los dioses y la religión.[4] En este sentido, los tabús serían prohibiciones antiquísimas impuestas desde el exterior a una generación de hombres primitivos, que fueron quizá inculcados por alguna generación anterior, prohibiciones que recaen sobre actividades a cuya realización tiende incesantemente el individuo y se mantienen luego, quizá únicamente por medio de la tradición trasmitida por la autoridad paterna y social.[5]

Los tabús se dirigen contra los deseos más intensos del hombre persistiendo la tendencia a transgredirlos en lo inconsciente, razón por la cual los hombres observan respecto al tabú una actitud ambivalente. En su inconsciente los hombres desean violar el tabú[6], pero su temor es más fuerte que su deseo.[7] El tabú, de este modo, preserva a la sociedad de peligros graves, peligros que podrían llevarla a su disolución.[8] Por lo tanto el crimen que supone su trasgresión debe ser castigado o expiado mediante ceremonias de purificación.[9] Lo tabú, para Freud, es definido al mismo tiempo por lo sangrado y lo impuro; la misma palabra tabú[10], en su concepción, es ambivalente y da cuenta de la ambivalencia de los sentimientos que se fincan en un objeto o práctica tabú.[11]

Uno de los tabús que estudia Freud en su obra, y que tiene relación directa con el estudio del vampirismo es el tabú que preserva del contacto con los cadáveres. El autor considera a éste como uno de los tabús permanentes. Es decir, que para la humanidad, sobre todo para la primitiva, siempre ha consistido un tabú el entrar en contacto con los cadáveres.[12] Y es que, si entendemos como tabú toda prohibición, impuesta por el uso y la costumbre y en último caso expresamente formulada en leyes, de no tocar un objeto, aprovecharse o servirse de él, siendo ese objeto en este caso un cadáver, encontramos que no existe un solo pueblo ni una sola etapa histórica en que no se haya dado tal circunstancia.[13]

Freud piensa que el tabú que impide tener contacto con los cadáveres procede de una concepción animista del mundo, por medio de la cual los hombres primitivos proyectaron al exterior sus tendencias perversas,[14] y la cual hacía creerles que los muertos se convertían en demonios. A este respecto, Westermarck dice que los hechos conocidos por la antropología autorizan a formular la conclusión de que los muertos son considerados casi siempre más como enemigos que como amigos de los hombres.[15] Wundt nos dice por su parte que según los pueblos los muertos pertenecen más al orden de la maldad y es evidente para él que en las creencia de los pueblos son los demonios maléficos más antiguos que los benéficos; y que es posible que la idea del demonio emane en general de las relaciones entre los muertos y los vivos.[16] Esta creencia primitiva de la maldad de los muertos, según R. Kleinpaul, superviviría en los pueblos civilizados.[17] Para los pueblos primitivos la persona se trasforma desde el momento de su muerte en un demonio, del cual solo pueden esperarse hostilidades que los vivos intentarán alejar por todos los medios posibles.[18] Kleinpaul piensa que primitivamente todos los muertos eran vampiros y persiguen a los vivos para perjudicarles y quitarles la vida.[19] Para Freud, una ulterior atenuación de esta creencia limita la maldad de los espíritus de los muertos a aquellos en los que se podría reconocer el derecho a la cólera y al rencor, como por ejemplo a los hombres asesinados, o a los que habían fallecido sin satisfacer un intenso deseo.[20] Esta idea la vemos comprobada en la tradición folclórica del vampiro y relaborada en su versión literaria, del mismo modo que encontramos en el folclor y la literatura de vampiros la idea que consigna Freud de que el espíritu del muerto o vampiro no puede atravesar una corriente de agua, por lo que de este modo se puede estar a salvo o seguro de su persecución.[21] Otra forma primitiva de mantener lejos a los vampiros o espíritus hediondos que se supone, entre los campesinos eslavos y búlgaros, producían la plaga del ganado, era mantener una barrera de fuego entre él y el ganado.[22]

George Bataille opina que el horror a los muertos debió dominar de lejos los sentimientos desarrollados por la civilización atemperada. La muerte, como signo de violencia, se introducía en el orden del mundo confirmando su poder aniquilador. En otra interpretación del tabú que recae sobre los muertos, nuestro autor piensa que el muerto seguía formando parte de la violencia que había caído sobre él, misma que podía resultar contagiosa. Esta idea de contagio la relaciona con la de la descomposición del cadáver, fuerza temible y agresiva. Ve en el desorden biológico de la podredumbre del cadáver una imagen de la infección por venir sobre aquellos a quienes pueda contagiar por medio del contacto. Vemos que la literatura vampírica sigue trasgrediendo este mismo tabú ancestral relacionado con los muertos, no sólo porque los cuerpos de los vampiros aparecen incorruptos después de su muerte y llenos de vitalidad, sino porque, los vampiros, aun cuando provoquen repulsión y horror a sus víctimas (y a los lectores) es más fuerte la fascinación que ejercen, fascinación que se vuelve fuertemente erótica en algunos casos.

Según Freud, en la concepción primitiva de los pueblos todas las muertes son producto de la violencia, ya sea a causa de la mano del hombre o de un sortilegio, razón por la que el alma del difunto se supone llena de cólera y deseosa de venganza. Supone también que los muertos estarían celosos de los vivos y, queriendo volver a la sociedad de sus antiguos parientes, intentan provocar su muerte, haciéndoles enfermar, único medio que puede poseer el muerto para realizar su deseo de unión,[23] lo que vemos también reluciendo en la tradición oral del vampirismo europeo, rescatada luego por la primera literatura del tema, según la cual los vampiros regresan para atacar y perturbar a sus familiares primero. Freud da a esto una interpelación psicológica y enuncia que el tabú de los muertos procede de una oposición entre el dolor consciente y la satisfacción inconsciente de la muerte. Siendo ésta el origen de la cólera de los espíritus, comprende por qué son los supervivientes más próximos al muerto los que deben temer principalmente su espíritu vuelto demonio.[24] Para el psicólogo, poco apoco el tabú de tener contacto con un muerto se convierte en un poder independiente, desligado del demonismo, hasta que logra convertirse en una prohibición impuesta por la tradición y la costumbre y en último término por la ley. Pero según Wuldt, el mandamiento original disimulado tras esta prohibición era la de guardarse de la acción de los demonios.[25]

Al ser la literatura de vampiros una literatura necrofílica, en la que el cadáver regresa de la tumba o de la muerte, y en muchos casos regresa con capacidades o poderes sobrehumanos, por medio de los cuales atrae a las víctimas que parecen no poder resistírsele, el vampiro trasgrede en el mundo de la literatura los tabús que embisten a los muertos. El horror al tabú de los muertos en la ficción vampírica clarifica y oscurece la relación entre lo humano y lo monstruoso, lo normal y lo aberrante, lo sano y lo enfermo, lo natural y lo supernatural, lo consciente y lo inconsciente, el deseo consciente y la pesadilla, lo civilizado y lo primitivo; categorías de difícil sujeción y oposiciones arbitrarias, ciertamente, pero categorías y oposiciones que son muy esenciales para nuestro sentido de la vida. Así el vampirismo literario, erigido sobre lo demoniaco, cumple unas funciones estéticas claras, pero también cuestiona las oposiciones binarias racionales a través de las cuales el mundo Occidental ha construido el mundo, oposiciones binarias profundamente cuestionadas y puestas en entredicho por la literatura gótica (como lo veremos más adelante) en la que el vampiro literario suele inscribirse.

Lo mismo es factible decir del tabú de la sangre para los hebreos. Si recordamos que en Levítico 17: 10,11, 12, 13, 14 y en Deuterónimo 12: 23, 24 y 25 se prohíbe el derramamiento y la bebida de la sangre, por estar emparentadas con la vida y la divinidad, el vampiro al hacer un festín de la sangre no sólo lleva a cabo la trasgresión de un tabú religioso, sino que pone en crisis y en entredicho el mismo tabú ancestral que tiene que ver con el derramamiento de la sangre, al hacer de ello una actividad erótica en la que se solaza. En estos sentidos, la noción del vampiro como un ser trasgresor es de suma importancia conceptual.

[1] Freud, Sigmund (1999): Tótem y tabú. Alianza: México. p. 27 y 28

[2] Ibídem, p. 29 y 30

[3] Ibídem, p. 31

[4] Ibídem, p. 28

[5] Ibídem, p. 42

[6] Ibídem, p. 46 y 47

[7] Ibídem, p. 43

[8] Ibídem, p. 45

[9] Ibídem, p. 29

[10] Ibídem, p. 28

[11] Ibídem, p. 84

[12] Ibídem, p. 30

[13] Ibídem, p. 33

[14] Ibídem, p. 81

[15] Ibídem, p. 74

[16] Ibídem, p. 84

[17] Ibídem, p. 74

[18] Ibídem, p. 73

[19] Ibídem, p. 74

[20] Ídem

[21] Ibídem, p. 74

[22] Frazer, James George (1979): La rama dorada. FCE, México, p. 720 y 729

[23] Ibídem, p. 75

[24] Ibídem, p. 77

[25] Ibídem, p. 34