El ojo no es sino
para ver algún nuevo cadáver:
la naturaleza se celebra a través de la destrucción.
Y en medio de todo eso:
el pétalo erguido, esplendor de un día,
esas pestañas abatidas por rayos de sol
que en el difícil respiro
no agonizan: anhelan la muerte.
Todo lo que crece llama desde el polvo
su retorno, su imposible mano alzada.
Como un fruto sumiso,
que sólo entre las manos de la nada está a gusto:
como espacio atravesado por la ausencia
que ríe con los dientes del enemigo.
Oh, el que es inocente no lo es en vano.
La maduración es para extinguirse.
Y el que escaparía
es sólo la pluma alucinada
de un petirrojo
abandonado en la nieve.