¿QUÉ ME HACÍA ÉL?
- Me alimentaba. Compraba toda la comida, cocinaba, lavaba todos los platos.
- Me vestía por las mañanas, me desnudaba por las noches y llevaba mi ropa con la suya a la lavandería. Una noche al quitarme los zapatos, decidió que necesitaban suelas nuevas y, al día siguiente, los llevó al zapatero.
- Me leía incesantemente periódicos, revistas, novelas policíacas, cuentos de Katherine Mansfield y mi propio archivo cuando lo llevaba a casa para poner al día trabajos atrasados.
- Cada tres días me lavaba el pelo. Lo seca con mi secador de mano, y sólo las dos primeras veces lo hizo con torpeza. Un día, compró un cepillo de pelo de Kent of London, escandalosamente caro, y esa noche me pegó con él. Los cardenales que dejó duraron mucho más que ningún otro. Pero lo usaba todas las noches para cepillarme el pelo. Ni antes ni después me han cepillado el pelo tan concienzudamente, tan largos ratos, con tanto amor. Brillaba.
- Me compraba tampones, me los insertaba y los sacaba. La primera vez, al verme estupefacta, dijo: —Yo te como mientras tienes la menstruación, y a los dos nos gusta. No veo la diferencia.
- Me preparaba el baño todas las noches, experimentando con varios geles, sales y aceites, deleitándose como un adolescente en comprarme una gran variedad de productos de baño, aunque él se atenía estrictamente a su ruina de ducha, jabón Ivory y champú concentrado Prell. Nunca se me ocurrió preguntarme qué pasaría su asistenta de la fusta que encontraba en el mostrador de la cocina, de las esposas colgadas del tirador de la puerta del comedor, del sinuoso montón de cadenas estrechas y plateadas enroscadas en un rincón del dormitorio. Sí me pregunté, sin darle mayor importancia, qué pensaría de tan repentina proliferación de frascos y botellas, nueve champús apenas usados ocupando todo el armarito de las medicinas, once sales de baño distintas alineadas en el borde de la bañera.
- Todas las noches me desmaquillaba. Aunque llegue a los cien años, jamás olvidaré lo que sentía, sentada en una butaca, los ojos cerrados, la cabeza echada hacia atrás mientras la dulce presión de una bola de algodón empapada en loción se desplazaba por mi frente, por mis mejillas, demorándose largamente sobre mis párpados…
¿QUÉ LE HACÍA YO?
- Nada.
Fragmento tomado de la edición de MAXI TUSQUETS, La sonrisa vertical.