Colaboración especial
Autor: Francisco Gómez
Facebook: @sobredosisblog

 

“Quiero en el arte de mi país anchas carreteras que nos lleven al resto del mundo, no pequeños caminos vecinales que conectan sólo aldeas.”

José Luis Cuevas

El iconoclasta mexicano que rompió con los valores revolucionarios. Crítico del “arte folklórico, superficial y ramplón que se hacía en México”.

Contra el ferviente nacionalismo, el ímpetu revolucionario y el exacerbado tradicionalismo, se oponía una cotidianeidad diversa y abierta a nuevas propuesta, en la que los altos valores postrevolucionarios se perdían entre la sombra del modernismo y su apertura a distintos modos de arte. Los nombres de mexicanos como Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros y José Clemente Orozco resuenan en la mente de los mexicanos, ya que fueron los “tres grandes muralistas” de este México postrevolucionario, pero ante ellos se oponían unos cuantos jóvenes cansados del monolítico academicismo en que se habían instalado los muralistas.  Pero en especial, un joven de 22 años, que ya había tenido la oportunidad de exponer en New York y en París en importantes eventos, osaba levantar, sin pudor alguno, su rebelde voz denunciando el conformismo a una cultura prefabricada, carente de verdadero sentido, ciega y abnegada a la cultura externa, que había dogmatizado hasta la ridiculez todo “lo mexicano”.

Este joven se llamaba José Luis Cuevas, quien en su escrito “La cortina del Nopal” narra las peripecias de “Juan”, un joven nacido en familia obrera y popular con dotes de pintor. El chaval, después de estudiar en una de las escuelas más importantes de arte, busca algo que nutra su curiosidad y alimente un poco su insaciable hambre por el conocimiento. Pero vive en un país en el que el acceso a lo externo es difícil, pero también rechazado cuando se le encuentra. Se habla de un arte para el pueblo pintado en grandes paredes, pero son muros a los cuales no tiene acceso el pueblo. Cuevas, en su escrito, está hablando no por él, sino por un cúmulo de jóvenes artistas que intentan abrir las brechas del arte más allá de los estrechos caminos trazados por la Academia Mexicana. Entre ellos se encuentran nombres como Alberto Gironella, José Luis Cuevas, Francisco Corzas, como representantes de lo neofigurativo, y Lilia Carrillo, Enrique Echeverría, Pedro Coronel y Vicente Rojo de los abstractos.

El texto publicado en 1951 en el suplemento cultural de la revista “Novedades” dio inicio a lo que se conoce como la “Generación de la Ruptura”, un movimiento de pintores que dejaba de lado lo tradicional y el exacerbado nacionalismo expresado en las obras de los muralistas mexicanos, para dar paso a nuevas técnicas y con ellas, nuevas visiones de nuestra realidad a través del arte, pero sobre todo, generando una comunicación cosmopolita en que la apertura internacional genero un nuevo desarrollo y enriquecimiento para el panorama del arte mexicano. Después de llegar a su apogeo, cobijados por José Vasconcelos en su Secretaria de cultura, algo que había comenzado como una visión de revolucionario que representara el cambio, el muralismo mexicano en manos de sus representantes, se había dogmatizado y encallado en las academias.

Fue entonces la enérgica de José Luis Cuevas que hizo retumbar el panorama de la pintura mexicana y el modernismo, que si bien, no era precursor, si logro dar visibilidad a lo que se venía cocinando en silencio, o mejor dicho, a margen de un una cultura institucional. Un alma crítica y capaz de confrontar aquello que se ha sacralizado siempre es sano para una sociedad que busque en su desarrollo la reflexión y sobre todo, la verdad.

Deseamos eterno descanso al alma de José Luis Cuevas quien, a la edad de 83 años ha abandonado el mundo material…