La cucaracha es el ruin habitante incógnito a quien en verdad pertenece este planeta, más allá de la glaciación y el desastre nuclear. Más populosa que el hombre, impía y rastrera, preside cada rincón sin iluminar desde donde produce el espanto del ama de casa, el escalofrío de las literaturas góticas cuando sale a la vista.
El verano le brota alas para que haga la fornicación. Se enreda entonces en el cabello de las sirvientas, atacadas de histeria; y hace el vómito de los recién nacidos.
Pegada a la pared como un ornamento abyecto o andándose por los suelos, opaca, luce siempre indigna de toda consideración. Las suelas la buscan para exprimirles de un golpe el pus que rellena su cuerpo quebradizo.
Porque no merece siquiera lástima.