A mitad de un infecundo barbecho
se levanta una columna rota.
—¿En verdad se levanta?

Nadie sabe qué hace en el mundo.
Pero allí está. Y la gente pasa y la mira
y en su contemplación le dedica serios estudios.
Como si fuese el centro el planeta.
Como si fuese… algo.

La evado como a mi reflejo en un charco
o en el remanso congelado de un cristal.
Si el camino polvoroso siempre largo
del cirquero, del vidente temido y del artista trashumante
hacia ella me conduce… prefiero no mirar.

Porque si la miro
y nadie más nos mira,
hacia ella corro, inevitablemente.
Con amorosos brazos la mido
y pego mis mejillas a sus burdas aristas
y le canto madrigales
y actúo
que con ella bailo
y que los dos en el mundo
tenemos un lugar.